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Señales de vida.

Si la poesía es uno de los territorios privilegiados de la sensibilidad, lo más lógico es que tendamos a considerarla una isla, un espacio virgen y delicado en el que debemos adentrarnos con respeto y con veneración, dispuestos a recibir todos los susurros de la belleza o los fogonazos más esplendorosos de la luz. Y si decimos que esa isla se encuentra ubicada en Sevilla y que ha irrumpido con fuerza en los cenáculos literarios más recientes sólo puede tener un nombre: Siltolá. Allí, junto a otras publicaciones no menos interesantes, figura el volumen «Señales de vida», de Juan Antonio González Romano (Montellano, Sevilla, 1966), profesor de Lengua Castellana y Literatura que elabora una poesía rápida, musical, esférica, distribuida en pequeños botones donde la filosofía, la reflexión y el humor conviven sin la más mínima estridencia.

Podríamos detenernos en comentar las posibles influencias que su obra recibe de otros autores (Antonio y Manuel Machado, sobre todo), pero me parece que entraríamos en lo que Pedro Salinas llamó «crítica hidráulica»: es decir, aquella que está obsesionada con encontrar las fuentes de la obra literaria, y no avanza mucho más allá. Y no sería justo proceder así. Juan Antonio González Romano ha leído y ha asimilado perfectamente las líneas de esos grandes maestros y las ha incorporado a su método lírico de forma natural. Eso es lo importante. En sus poemas nos habla de la postura que conviene adoptar ante la vida («No parece complicado / el remedio de mis males. / El problema está en saber / si estoy dispuesto a curarme»), de ciertas sabidurías elementales que uno va adquiriendo con el curso de los años («Si me dieran otra vida / para corregir mis fallos / tan sólo procuraría / cometerlos más despacio») o de cómo debemos mostrarnos ante quienes nos rodean («Conviene que los demás / te vean siempre feliz. / Para penas son bastantes / las que están dentro de ti»). Pero también hay reflexiones que se circunscriben más al mundo literario, bien dándonos una imagen de humor y crítica literaria humilde («Mi papelera / es experta en leer / malos poemas»), bien componiendo textos de elegante espíritu metaliterario («Esta tarde aburrida / del mes de marzo / no sé de qué escribir, / mejor me callo. / Con mi silencio / he compuesto una nada / de siete versos»), bien deslizándose hacia saludables juegos donde el humor incorporar sus mieles... o quizá sus acíbares («Como el maestro Berceo, / me apañaría / con un vaso de vino / por mi poesía. / Son tiempos malos: / no hay ningún tabernero / que acepte el trato»). Como se habrá podido constatar en estas breves muestras del libro, la música que alienta los versos es bastante notable, y regala el oído de los lectores con una cadencia muy atractiva. Pero no conviene que olvidemos la lección tenue, subterránea y poderosa, que habita en estos poemas: no es lógico que pasemos por la vida sin permitir que nos deje huella (o sin imprimirle la nuestra). La vida no es un ejercicio estático, sino extático; y Juan Antonio González Romano nos invita en estas líneas espléndidas a que apuremos sus licores, sin importarnos la sobriedad o la borrachera, el éxito o el fracaso, la oscuridad o la luz. De ahí que en la página 65 incorpore como colofón las palabras que justifican el título del tomo: «No existe mayor herida / que pasar por este mundo / sin dar señales de vida». Una propuesta poética de gran interés, que conviene que sea divulgada. Rubén Castillo Gallego. Título: Señales de vida. Autor: Juan Antonio González Romano. Editorial: Siltolá. Género: Poesía. Plaza de edición: Sevilla. Año de edición: 2009. Páginas: 78. ISBN: 978-84-92411-82-5.

24/05/2010 09:09:04