Actividad 4

Origen del ajedrez: batalla entre ejércitos.

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«-¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué deseas de aquel que por voluntad de Vichnú es rey y señor de Taligana? -Mi nombre -respondió el joven brahmán- es Lahur Sessa y procedo de la aldea de Namir que dista treinta días de marcha de esta hermosa ciudad. Hasta el rincón donde vivía llegó la noticia de que nuestro bondadoso señor pasaba sus días en medio de una profunda tristeza, amargado por la ausencia del hijo que le había sido arrebatado por la guerra. Gran mal será para nuestro país, pensé, si nuestro noble soberano se encierra en sí mismo sin salir de su palacio, como un brahmán ciego entregado a su propio dolor. Pensé, pues, que convenía inventar un juego que pudiera distraerle y abrir en su corazón las puertas de nuevas alegrías. Y ese es el humilde presente que vengo ahora, a ofrecer a nuestro rey Iadava.

(...)

Lo que Sessa traía al rey Iadava era un gran tablero cuadrado dividido en sesenta y cuatro cuadros o casillas iguales. Sobre este tablero se colocaban, no arbitrariamente, dos series de piezas que se distinguían una de otra por sus colores blanco y negro. Se repetían simétricamente las formas ingeniosas de las figuras y había reglas curiosas para moverlas de diversas maneras.

Sessa explicó pacientemente al rey, a los visires y a los cortesanos que rodeaban al monarca, en qué consistía el juego y les explicó las reglas esenciales:

-Cada jugador dispone de ocho piezas pequeñas: los peones. Representan la infantería que se dispone a avanzar hacia el enemigo para desbaratarlo. Secundando la acción de los peones, vienen los elefantes de guerra, representados por piezas mayores y más poderosos. La caballería, indispensable en el combate, aparece igualmente en el juego simbolizada por dos piezas que pueden saltar como dos corceles sobre las otras. Y, para intensificar el ataque, se incluyen los dos visires del rey, que son dos guerreros llenos de nobleza y prestigio. Otra pieza, dotada de amplios movimientos, más eficiente y poderosa que las demás, representará el espíritu de nacionalidad del pueblo y se llamará la reina. Completa la colección una pieza que aislada vale poco pero que es muy fuerte cuando está amparada por las otras. Es el rey.

El rey Iadava, interesado por las reglas del juego, no se cansaba de interrogar al inventor:

-¿Y por qué la reina es más fuerte y más poderosa que el propio rey?

-Es más poderosa -argumentó Sessa- porque la reina representa en este juego el patriotismo del pueblo. La mayor fuerza del trono reside principalmente en la exaltación de sus súbditos. ¿Cómo iba a poder resistir el rey el ataque de sus adversarios si no contase con el espíritu de abnegación y sacrificio de los que le rodean y velan por la integridad de la patria?

Al cabo de pocas horas, el monarca, que había aprendido con rapidez todas las reglas del juego, lograba ya derrotar a sus visires en una partida impecable.

Sessa intervenía respetuoso de cuando en cuando para aclarar una duda o sugerir un nuevo plan de ataque o defensa.

En un momento dado observó el rey, con gran sorpresa, que la posición de las piezas, tras las combinaciones resultantes de los diversos lances, parecía reproducir exactamente la batalla de Dacsina,

-Observad -le dijo el inteligente brahmán-, que para obtener la victoria resulta indispensable el sacrificio de este visir...

E indicó precisamente la pieza que el rey Iadava había estado a lo largo de la partida defendiendo o preservando con mayor empeño.

El juicioso Sessa demostraba así que el sacrificio de un príncipe viene a veces impuesto por la fatalidad para que de él resulten la paz y libertad de un pueblo. Al oír tales palabras, el rey Iadava, sin ocultar el entusiasmo que embargaba su espíritu, dijo:

-¡No creo que el ingenio humano pueda producir una maravilla comparable a este juego tan interesante e instructivo! Moviendo estas piezas tan sencillas, acabo de aprender que un rey nada vale sin el auxilio y la dedicación constante de sus súbditos, y que a veces, el sacrificio de un simple peón vale tanto como la pérdida de una poderosa pieza para obtener la victoria. »

TAHAN, Malba.: El Hombre que Calculaba,Verón Editores.