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JEAN BAPTISTE DE LAMARCK (1744-1829)

Por Marcial de la Cruz

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Jean Baptiste de Lamarck - Pulsar para ampliar
Continuando la serie de artículos publicados dedicados a la evolución, no podía faltar la figura de Lamarck y su fallida teoría de la evolución “Herencia de los caracteres adquiridos” más conocida como “Lamarckismo”, cubramos ese vacío, ya que el rechazo que sufrió la teoría de la evolución de Lamarck, marcó el descrédito de su autor en vida y aun mucho después de su muerte, y arrastró consigo injustamente al resto de su obra. No fue hasta principios del siglo XX cuando se revisaron sus ideas y se le comenzó a reconocer como un gran naturalista y pensador avanzado para su época.
Jean Baptiste de Lamarck nació en 1744 en Bazetin-le-Petit. Muy joven ingresó en el ejército, donde por su valor en combate ascendió rápidamente a oficial. En 1768 debido a una herida en el cuello tuvo que abandonar la carrera de las armas, como solo le quedó una pequeña pensión para vivir, y dada su posición de caballero decidió estudiar medicina, profesión que nunca llego a practicar. En aquellos años la botánica estaba muy ligada a la medicina, y era una afición muy popular entre la nobleza que cultivaba en sus propiedades gran variedad de especies de flores y plantas traídas del extranjero, esto hizo que Lamarck se dedicara a la botánica, pero con un espíritu científico. No tardó en escribir un gran libro titulado "Flora de Francia" que le publicó el naturalista Georges Louis Buffon, en el que comenzó a aplicar claves dicotómicas en la clasificación de las especies.
Gracias al prestigio obtenido con su libro y a la amistad con Buffon le eligieron miembro de la Academia Francesa de Ciencias, obteniendo un puesto en el museo de Historia Natural. En 1793, motivado por una reorganización del museo, pasó a ser profesor del área de insectos y gusanos, departamento que luego él renombraría como de zoología de invertebrados.
Lamarck fue el primero en utilizar el término de biología para referirse a las ciencias de la vida y el que acuñó la palabra invertebrados. Sobre este nuevo campo escribió un importante libro en siete tomos "Historia natural de los animales invertebrados" (1815-1822) muy avanzado para su época.
Escribió sobre muy diversos temas como: meteorología, química e hidrología, pero por lo que es más conocido es por su teoría de la evolución, que expuso en el libro "Filosofía Zoológica" (1809). Según Lamarck, los órganos se adquieren o se pierden como consecuencia del uso o desuso, y los caracteres adquiridos por un ser vivo son heredados por sus descendientes. De está manera un herbívoro que estire el cuello para alcanzar las ramas altas, logrará que este se alargue, y tras varias generaciones de transmitir esta característica a sus descendientes tendríamos una jirafa. Para Lamarck el principio que rige la evolución, es la necesidad o el deseo, que él denominó "Besoin", también se conoce su teoría como "herencia de los caracteres adquiridos" o Lamarkismo.
Diversas circunstancias hicieron que Lamarck fuera perdiendo el prestigio y la posición científica conseguida, entre ellas se pueden considerar, que nunca expuso con claridad ni razonó de forma coherente sus sobrevalorados argumentos, subestimó sus deficiencias; utilizó un lenguaje presuntuoso y grandilocuente; y se ganó la enemistad de importantes adversarios, entre ellos el eminente biólogo y antievolucionista, Georges Cuvier.
Lamarck murió solo, ciego y empobrecido a los 85 años en 1829.
Hoy día, sabemos que el uso o desuso de un órgano no es heredable, y aunque en aquellos años no existía la genética para corroborarlo, la bien fundada y cuidadosamente argumentada teoría propuesta por Darwin, se impuso, sustituyendo al “Besoin” por la Selección Natural como principio que rige la evolución.
La Ciencia tiene esa grandeza, los argumentos científicos pueden y deben ponerse a prueba, si no resisten las pruebas son falsos, y si no pueden ponerse a prueba no son científicos, por ejemplo, el mal llamado “creacionismo científico”.
A principios del siglo XX, el psicólogo norteamericano Mark Baldwin, dio una versión conductual a la teoría de la evolución de Darwin, sugiriendo que las innovaciones culturales y el aprendizaje podían ampliar y predisponer el curso de la Selección Natural. Este fenómeno conocido por varios nombres como “evolución cultural”, “coevolución” o “asimilación genética” se basa en que la Selección Natural podría favorecer genéticamente las características conductuales y físicas que mejor aprovechen el entorno.
La transmisión de conductas mediante el aprendizaje es un fenómeno observado en diferentes grupos de mamíferos como los chimpancés, delfines, los macacos japoneses o las nutrias marinas, pero donde sin duda es más llamativo es en el ser humano.
Reflexionemos sobre el tema planteándonos un ejemplo.
En un determinado momento del pasado un simio social que se ha erguido sobre sus cuartos traseros y ha desarrollado un gran cerebro, empieza a asignar un significado a determinados sonidos que emite, esta relación de sonido-significado, no se transmite genéticamente de padres a hijos sino por un proceso de aprendizaje que incluye a los otros miembros del grupo, iniciando un proceso de comunicación. Con el paso de generaciones el número de sonidos relacionados a un significado aumenta, otorgando importantes ventajas a los usuarios de esta conducta, como puede ser el planificar mejor la obtención de alimento, avisar al grupo en caso de peligro, organizar estrategias defensivas etc.. Esta conducta ventajosa, por medio de la selección natural, irá depurando y especializando los órganos que les permiten realizarla como son el aparato fonador, el oído y aquellas partes del cerebro que intervienen en la codificación y decodificación de sonidos. Es decir la evolución biológica comienza a seleccionar genes favorables al nuevo comportamiento, preparando así a los descendientes para aprovechar mejor las nuevas conductas, coevolucionando genes y cultura.
¿La esencia de esta idea no os suena a algo conocido? ¿No es en alguna forma, Lamarkismo?.
Una vez rehabilitado Lamarck, por lo menos en parte, lo realmente cierto es que el verdadero motor de la evolución sigue siendo la Selección Natural, como afirmaba Darwin, y que solo donde la evolución biológica interactúa con la evolución cultural, el uso o desuso de determinados órganos por seguir determinadas conductas ventajosas puede variar o abrir nuevos caminos a la evolución.

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