Actividad 8: Velocidad y comprensión de lectura 

Tenéis que convenceros de la necesidad de emplear constantemente el diccionario para que aumente vuestro vocabulario, ya que existe relación directa entre la amplitud del vocabulario personal y la comprensión y velocidad lectoras.

Comprobemos, a continuación, vuestro punto de partida en lo que se refiere a velocidad y comprensión de lectura. Un lector normal lee aproximadamente unas 250 palabras por minuto.

Podéis utilizar el cronómetro y la fórmula de cálculo de esta página, pero si lo preferís emplead un reloj digital. Uno de los compañeros anota la hora que marca el reloj antes de que el otro comience a leer el texto que os encontraréis seguidamente y observa el tiempo que marca al concluir su lectura. Luego se repite la situación, pero a la inversa: quien leyó antes, ahora controla el tiempo del compañero. Sabréis entonces el número de palabras por minuto que sois capaces de leer. El texto consta de 677 palabras.

Reloj animado    

Texto

-(...) El hombre estaba esperando que le hiciese un trato, y yo fui entonces y le ofrecí la luna (me acuerdo que menguaba); él contestó que no había traído un cesto para llevársela. Le ofrecí la piel del oso que cazara en el año de Maricastaña, más un ciento de pájaros volando y todas las uvas altas que pudiera alcanzar, y le ofrecí otras cosas imposibles, que él rechazó con gracia, después de sopesarlas. Cuando me flaqueó la inspiración le tendí, que Dios me perdone, un puñado de caramelos y una ristra de petardos. Él se reía con ganas y decía: "Ofrézcame también su uniforme completo de guardia de tráfico". ¿Cómo podría saber aquel hombre mi secreto salvo que fuese el diablo, como pienso? Pero en aquellos momentos sólo me preocupaba poner a salvo mi honor. Le ofrecí incluso la tartera con su bacalao. Y él seguía riéndose y pidiendo más cosas: mi badila de albañil, mi llave de mecánico, mi escoplo de ebanista, mi insignia de conserje. Le puse aquí encima (pues yo andaba como loco, sin dar crédito a aquella maligna demostración de poder) un reloj de mentira, una pistola de agua, una careta de mono y todo lo que había por aquí. Pero cuando saqué un montón de novelas y cuentos, al buen tuntún, él se puso serio, colocó una mano encima como si fuese a hacer un juramento y dijo: "Cierro el trato, los tres libros grandes por este lote". Me asustó su voz de pronto ronca, como de tahúr. Por estar a la altura de las circunstancias, acepté, y para que no pensara que yo era un charlatán sin sustancia. Así que agarró el lote, se arrebujó en la capa con un movimiento que parecía que iba a desaparecer bajo tierra, se puso los guantes sin ninguna prisa, dio una cabezada de artista y no volví a verlo nunca más. ¿Qué te parece lo que ocurrió? ¿No es cosa del diablo?

-No sé -contestó Gregorio, que sólo muchos años después llegaría a comprender aquella historia.

-Pues mira, hijo, éste es uno de los libros, y ahí tengo los otros, guardados como oro en paño y con los que tú te harás un hombre de provecho. Si yo hubiera sabido que existían estos libros, a estas horas sería un gran hombre, quién sabe si juez o médico, o incluso cardenal en la propia Roma, y no como tu abuelo o tu padre sino de verdad, con los papeles bien en orden.

El primero era un diccionario. "Aquí vienen todas las palabras que existen, sin faltar ni una." El segundo era un atlas: "Y aquí todos los lugares y accidentes del mundo", y el tercero una enciclopedia: "Y éste es el más extraordinario de los tres, porque trae por orden alfabético todos los conocimientos de la humanidad, desde sus orígenes hasta hoy. ¿Tú sabías que existía un libro así? Pues yo tampoco hasta hace tres años. Desde entonces lo estoy estudiando. Voy ya por la palabra "Aecio", que era un general romano que mató al conde Bonifacio en el año 432 y derrotó a Atila, rey de los hunos, en el 451, pero que fue asesinado por el rey Valentiniano III, temeroso de su poder. Adelanto poco porque ya soy viejo y tengo mala memoria, y para aprender una cosa debo olvidar antes otra. Y luego está el atlas y el diccionario. Todos los días me aprendo cinco palabras nuevas y el nombre de algún río o una ciudad. Cuando pienso en la cantidad de cosas que podía saber a estas alturas si estos libros hubiesen caído en mis manos hace cincuenta años y tuviese entonces el espíritu que hoy me anima, no hay nada que pueda consolarme, porque sé que he equivocado mi vida, y eso ya no tiene remedio. Pero tú, Gregorito, todo lo tienes a favor. Pareces enviado por el destino para reparar la burla que me hizo a mí, dándome pan cuando no tenía dientes. Así que ya sabes, desde mañana empezaremos con tu aprendizaje, porque no hay tiempo que perder.

LANDERO, Luis: Juegos de la edad tardía, Cap. 1.

Reloj animado 

Cálculo de la velocidad lectora

Número de palabras del texto / Tiempo (en minutos) empleado en la lectura = palabras por minuto

Palabras del texto: =
Minutos: