I
\u00ABFrente al establecimiento de ba\u00F1os de Fitero, y sobre unas rocas cortadas a pico, a cuyos pies corre el r\u00EDo Alhama, se ven todav\u00EDa los restos abandonados de un castillo \u00E1rabe, c\u00E9lebre en los fastos gloriosos de la reconquista por haber sido teatro de grandes y memorables haza\u00F1as, as\u00ED por parte de los que lo defendieron como de los que valerosamente clavaron sobre sus almenas el estandarte de la cruz. De los muros no quedan m\u00E1s que algunos ruinosos vestigios; las piedras de la atalaya han ca\u00EDdo unas sobre otras al foso y lo han cegado por completo; en el patio de armas crecen zarzales y matas de jaramago; por todas partes adonde se vuelven los ojos no se ven m\u00E1s que arcos rotos, sillares oscuros y carcomidos; aqu\u00ED un lienzo de barbacana, entre cuyas hendiduras nace la yedra; all\u00ED un torre\u00F3n que a\u00FAn se tiene en pie como por milagro; m\u00E1s all\u00E1 los postes de argamasa con las anillas de hierro que sosten\u00EDan el puente colgante [...]
II
...tuvo lugar junto a la villa de Fitero una re\u00F1ida batalla, en la cual cay\u00F3 herido y prisionero de los \u00E1rabes un famoso caballero cristiano, tan digno de renombre por su piedad como por su valent\u00EDa.
Conducido a la fortaleza y cargado de hierros por sus enemigos, estuvo algunos d\u00EDas en el fondo de un calabozo luchando entre la vida y la muerte, hasta que, curado casi milagrosamente de sus heridas, sus deudos le rescataron a fuerza de oro.
Volvi\u00F3 el cautivo a su hogar, volvi\u00F3 a estrechar entre sus brazos a los que le dieron el ser. Sus hermanos de armas y sus hombres de guerra se alborozaron al verle, creyendo llegada la hora de emprender nuevos combates; pero el alma del caballero se hab\u00EDa llenado de una profunda melancol\u00EDa, y ni el cari\u00F1o paterno ni los esfuerzos de la amistad eran parte a disipar su extra\u00F1a melancol\u00EDa.
Durante su cautiverio logr\u00F3 ver a la hija del alcaide moro, de cuya hermosura ten\u00EDa noticias por la fama antes de conocerla; pero que cuando la hubo conocido la encontr\u00F3 tan superior a la idea que de ella se hab\u00EDa formado, que no pudo resistir la seducci\u00F3n de sus encantos y se enamor\u00F3 perdidamente de un objeto para \u00E9l imposible.
Meses y meses pas\u00F3 el caballero forjando los proyectos m\u00E1s atrevidos y absurdos [...] hasta que, al fin, un d\u00EDa reuni\u00F3 a sus hermanos y compa\u00F1eros de armas, hizo llamar a sus hombres de guerra y, despu\u00E9s de hacer con el mayor sigilo todos los aprestos necesarios, cay\u00F3 de improviso sobre la fortaleza que guardaba a la hermosura objeto de su insensato amor[...]
El caballero, embriagado en el amor que, al fin, logr\u00F3 encender en el pecho de la hermos\u00EDsima mora, ni hac\u00EDa caso de los consejos de sus amigos, ni paraba mientes en las murmuraciones y las quejas de sus soldados[...] el alcaide alleg\u00F3 gentes de los lugares comarcanos y una ma\u00F1ana el vig\u00EDa que estaba puesto en la atalaya de la torre baj\u00F3 a anunciar a los enamorados amantes que por toda la sierra que desde aquellas rocas se descubre se ve\u00EDa bajar tal nublado de guerreros, que bien pod\u00EDa asegurarse que iba a caer sobre el castillo la morisma entera[...] Algunas horas despu\u00E9s comenz\u00F3 el asalto [...] Durante la pelea, [...] el caballero recib\u00EDa un golpe mortal en la brecha de la barbacana, en donde unos y otros combat\u00EDan cuerpo a cuerpo entre las sombras.
Los cristianos comenzaron a cejar y a replegarse. En este punto la mora se inclin\u00F3 sobre su amante, y [...] lo arrastr\u00F3 hasta el patio de armas. All\u00ED toc\u00F3 a un resorte, se levant\u00F3 una piedra como movida de un impulso sobrenatural y por la boca que dej\u00F3 al levantarse, desapareci\u00F3 [...]
III
Cuando el caballero volvi\u00F3 en s\u00ED, tendi\u00F3 a su alrededor una mirada llena de extrav\u00EDo, y dijo:
-\u00A1Tengo sed! \u00A1Me muero! \u00A1Me abraso![...]
La mora sab\u00EDa que aquel subterr\u00E1neo ten\u00EDa una salida al valle por donde corre el r\u00EDo [...] no vacil\u00F3 un instante, y tomando el casco del moribundo, se desliz\u00F3 como una sombra por entre los matorrales que cubr\u00EDan la boca de la cueva y baj\u00F3 a la orilla del r\u00EDo.
Ya hab\u00EDa tomado el agua, ya iba a incorporarse para volver de nuevo al lado de su amante, cuando silb\u00F3 una saeta y exhal\u00F3 un grito[...]
La mora, herida de muerte, logr\u00F3, sin embargo, arrastrase a la entrada del subterr\u00E1neo y penetrar hasta el fondo, donde se encontraba el caballero. \u00C9ste, al verla cubierta de sangre y pr\u00F3xima a morir, volvi\u00F3 en su raz\u00F3n y, conociendo la enormidad del pecado que tan duramente expiaban, volvi\u00F3 sus ojos al cielo, tom\u00F3 el agua que su amante le ofrec\u00EDa y, sin acerc\u00E1rsela a los labios, pregunt\u00F3 a la mora:
-\u00BFQuieres ser cristiana? \u00BFQuieres morir en mi religi\u00F3n y, si me salvo, salvarte conmigo?
La mora, que hab\u00EDa ca\u00EDdo al suelo desvanecida con la falta de sangre, hizo un movimiento imperceptible con la cabeza, sobre la cual derram\u00F3 el caballero el agua bautismal invocando el nombre del Todopoderoso.
Al otro d\u00EDa, el soldado que dispar\u00F3 la saeta vio un rastro de sangre a la orilla del r\u00EDo, y sigui\u00E9ndolo entr\u00F3 en la cueva, donde encontr\u00F3 los cad\u00E1veres del caballero y su amada, que a\u00FAn vienen por las noches a vagar por estos contornos.\u00BB
B\u00C9CQUER, Gustavo Adolfo: Leyendas (2). Biblioteca El Sol. Madrid, 1991, 77-82.