La clase se divide en dos grupos. Cada grupo leerá uno de los textos y después habrá de descubrir, mediante la formulación de preguntas, el tema y argumento del texto leído por el otro grupo. Puedes recolocar los textos en la pantalla arrastrándolos con el ratón.
Un caballero, según me lo ha dicho un hombre piadoso, había cometido muchas vilezas. Movido finalmente por los remordimientos se allegó a un clérigo, se confesó, y éste le impuso una penitencia que no logró cumplir. Luego de haberle sucedido esto repetidas veces, el clérigo le dijo un día:
-Así no llegaremos a nada. Dime, pues: ¿hay alguna penitencia que puedas cumplir?
El caballero replicó: -En mi finca hay un manzano que da unos frutos tan ácidos y miserables que jamás pude comerlos. Si estáis de acuerdo, sea mi penitencia que durante mi vida no pruebe una sola de esas manzanas. El clérigo sabía que a menudo una cosa sólo necesita ser prohibida para que, con la ayuda de la carne y del Diablo, se vuelva tentadora, y contestó:
-Por todos tus pecados te impongo que jamás comas a sabiendas los frutos de aquel árbol.
El caballero se marchó y estimó que la penitencia impuesta casi no era tal. Pero el árbol estaba en un sitio en que el caballero podía verlo cada vez que entraba o salía de su granja. Ello siempre le hacía recordar la prohibición, y con el recuerdo pronto sobrevino la más fuerte de las tentaciones. Un día pasó por delante del árbol y contempló las manzanas. Entonces aquel que tentó y sometió al primer hombre por medio del árbol prohibido le hizo caer en tal tentación que se acercó al manzano y, ya extendiendo su mano hacia una manzana, ya volviendo a retirarla, pasó casi todo el día entre impulso y retroceso. La Gracia le ayudó a que finalmente saliera vencedor. La lucha contra el deseo fue, empero, tan dura, que quedó yaciendo bajo el manzano con el corazón palpitante y murió.
"El caballero y el manzano" en Leyendas Medievales. Traducción del latín por Hermann Hesse. Bruguera. Barcelona, 1979.
[...] Más adelante este miserable, preocupado por su abominable acción y lleno de miedo, se dirigió a la Santa Sede, confesó su culpa y se le impuso una penitencia adecuada. Pero sucumbió al tentador y no cumplió su penitencia. Repitió varias veces. Ahora el padre confesor le tomó aversión a aquel sujeto; quería desembarazarse de él, y al ver que seguía igual, le dijo:
-¿Conoces algo que puedas asumir como penitencia y además cumplirlo?
-Jamás he podido comer ajo -contestó el hombre-. Sé con seguridad que si el castigo por mis pecados fuera comer ajo, jamás lo quebrantaría. El padre confesor respondió:
-Ve, y en el futuro, y como castigo por tus grandes pecados, jamás te estará permitido comer ajo.
El hombre abandonó la ciudad, vio unos ajos que crecían en un jardín, y por designio del Diablo comenzó a desearlos en el acto. Se detuvo, los miró y se vio fuertemente tentado. Las ansias crecientes le impidieron seguir su marcha, aunque no se atrevía a coger el ajo prohibido. ¿Qué más he de decir? Al final, la seducción del paladar fue más fuerte que la obediencia; el hombre entró al jardín y comió. ¡Cuán extraño! Mientras el ajo le había estado permitido, por bien cocido y preparado que estuviera, jamás había podido probarlo; pero ahora lo comía, en contra de la prohibición, crudo e inmaduro. Tras haber caído tan lamentablemente en la tentación, regresó muy embarazado a la curia y narró lo que había hecho. El padre confesor lo rechazó entonces con gran indignación y le prohibió que siguiera molestándolo. No sé qué ha sido finalmente de ese hombre.
"De la tentación de lo prohibido" en Leyendas Medievales. Traducción del latín por Hermann Hesse. Bruguera. Barcelona, 1979.