-Pasemos, pues, -prosiguió-, a lo
tratado en el argumento anterior. La realidad en sí, de cuyo ser
damos razón en nuestras preguntas y respuestas, ¿se presenta siempre
del mismo modo y en idéntico estado o cada vez de manera distinta?
Lo igual en sí, lo bello en sí, cada una de las realidades en sí, el
ser ¿admite un cambio cualquiera? ¿O constantemente cada una de esas
realidades que tienen en sí y con respecto a sí una única forma,
siempre se presenta en idéntico modo y en idéntico estado, y nunca,
en ningún momento y de ningún modo admite cambio
alguno? -Necesario es, Sócrates -respondió Cebes-, que se
presente en idéntico modo y en idéntico estado. -¿Y qué ocurre
con la multiplicidad de las cosas bellas, como, por ejemplo,
hombres, caballos, mantos o demás cosas, cualesquiera que sean, que
tienen esa cualidad, o que son iguales, o con todas aquellas, en
suma, que reciben el mismo nombre que esas realidades? ¿Acaso se
presentan en idéntico estado, o todo lo contrario que aquellas, no
presentan nunca bajo ningún respecto, por decirlo así, en idéntico
estado ni consigo mismas ni entre sí? -Así ocurre con estas cosas
-respondió Cebes-, jamás se presentan del mismo modo. -Y a estas
últimas cosas, ¿no se las puede tocar y ver y percibir con los demás
sentidos, mientras que a las que siempre se encuentran en el mismo
estado es imposible aprehenderlas con otro órgano que no sea la
reflexión de la inteligencia, puesto que son invisibles y no se las
puede percibir con la vista? -Completamente cierto es lo que
dices -respondió Cebes. -¿Quieres que admitamos dos especies de
realidades, una visible y otra invisible? -Admitámoslo. -¿Y
que la invisible siempre se encuentra en el mismo estado, mientras
que la visible nunca lo está? -Admitamos también esto -respondió
Cebes." (PLATÓN. Fedón, 78d-79b. Trad. Luis
Gil) |