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Personajes ilustres relacionados con el desarrollo de la Geología y Paleontología en Murcia

Por Gregorio Romero Sánchez* * Servicio de Patrimonio Histórico de la Dirección General de Cultura. Consejería de Educación y Cultura de la Región de Murcia. C/ Calderón de la Barca, 14, 2ª planta. 30001 Murcia.

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La evolución del conocimiento geológico y paleontológico en Murcia, al igual que ocurre en otras disciplinas y ciencias, se ha visto determinada por las distintas épocas y circunstancias de nuestra historia. A lo largo de ella han sido muchos los personajes, nacionales y extranjeros, que han contribuido a su progreso. Con el doble objetivo de ayudarnos a entender mejor el desarrollo de la Geología y Paleontología en el ámbito de nuestra región y de rescatar del injusto olvido la vida y obra de estos autores, se aborda la destacada aportación en la presente nota de tres de estas figuras anteriores al siglo XX: Antonio José Navarro y López, Andrés Martínez Cañada y Francisco Cánovas Cobeño.

Antonio José Navarro y López (1739-1797)
A pesar de no haber nacido en tierras murcianas, el naturalista ilustrado Antonio José Navarro representa una de las figuras más destacadas y desconocidas del panorama científico durante la segunda mitad del siglo XVIII en el sureste peninsular. La vida y obra de Navarro no han sido objeto de estudio hasta la publicación de los recientes trabajos de Guillén Gómez (1997) y Castillo Fernández (2000). En este sentido, afrontamos la contribución de Navarro con el propósito de situar su figura en el lugar histórico-científico que le corresponde.

Datos biográficos

Nacido en la localidad almeriense de Lubrín en el seno de una familia humilde, Navarro pronto se trasladará a la ciudad de Murcia para estudiar Artes y Sagradas Escrituras. Inicia su carrera universitaria en Alcalá de Henares y finaliza en Orihuela, consiguiendo la licenciatura y el doctorado en 1761 con el título de Maestro en Sagrada Teología. Son estos primeros años de la segunda mitad del siglo XVIII en cuyo ámbito esplendoroso se viene incubando en Europa y el resto del mundo el embrión de la Ilustración, movimiento filosófico y cultural que acentúa el predominio de la razón y la creencia en el progreso humano. Imbuido por este espíritu, Navarro comienza a abrir los ojos de la razón y del intelecto en este ambiente auroral de Alcalá de Henares. Aquí tiene ocasión de conocer y tratar a distintas personalidades de la época entre las que destaca el Padre Enrique Flórez, consejero del Rey Carlos III en lo relativo a temas de Historia Natural y preceptor de sus hijos. Este sacerdote fue el encargado en 1767 de sacar las colecciones, fundamentalmente de monedas y rocas, de la Real Casa de la Geografía con el objetivo de completar el posterior Real Gabinete de Historia Natural inaugurado en 1776 (Montero, 2003).
De 1761 a 1763 Navarro desempeña su primer empleo en la ciudad de Vera como catedrático de Teología Moral de su Vicaría. Se ordena sacerdote y consigue su primer curato en Olula del Río, donde permanece hasta 1766, año en el que pasa a Vélez Rubio. Once años más tarde consigue la Canongía Lectoral de la Colegiata de Baza. Aquí desarrollará su imparable carrera eclesiástica y residirá hasta el final de sus días en 1797.
Además de su dedicación a las tareas del culto, Navarro se embarcó desde muy pronto en diversas y complejas empresas con el objeto de contribuir al desarrollo social y económico de la zona, siempre a la sombra del proyecto ilustrado propugnado desde el gobierno de la Monarquía borbónica. Crea prometedoras Sociedades Económicas de Amigos del País, como las de Vera o Baza, Escuelas de Agricultura y de Primeras Letras, e incluso logra modernizar la llamada red de carreteras de Levante.

Las ideas geológicas y paleontológicas de Navarro

Gran conocedor de la obra de Bowles (1775), Navarro dedicará buena parte de su vida al estudio y conocimiento de una de sus grandes pasiones: la Historia Natural. Se acercó a las obras de los principales autores del momento como Bertrand, Pallas, Bourguet, De Luc y, sobre todo, su adorado conde de Buffon, primer científico que admitió que la Tierra habría sufrido a lo largo del tiempo variaciones en la distribución de tierras y mares. Es posible que durante la estancia en Vélez Rubio arranque su amistad con el lorquino Antonio Robles Vives, apasionado como él de la Historia Natural, consejero de Hacienda y cuñado de Floridablanca. Éste último recurrirá en varias ocasiones a la personalidad y sabiduría de Navarro para poner en práctica alguno de sus planes reformistas. Así, le encarga la redacción de una Historia Natural de los Reinos de Granada y Murcia en varios volúmenes que Navarro entregará en 1792. Inició también una intensa y fecunda relación de corresponsalía con el importante coleccionista Pedro Franco Dávila, primer director del Real Gabinete de Historia Natural, al cual remitirá rocas y fósiles recogidos durante sus continuas y detalladas observaciones de campo. A partir de las recientes investigaciones de Montero (2003), sabemos que Navarro envió únicamente un par de remesas de materiales a dicha institución. La primera, remitida en diciembre de 1784, estaba compuesta por fósiles procedentes de Vélez Rubio: dos trozos de mármol conchites, formado por piedras lenticulares. Piedras lenticulares o numismales de varios tamaños. Al igual que Bowles (1775), Navarro reconoce Piedras Lenticulares o Numismales, que por su descripción pueden ser atribuidas a foramíniferos (Nummulites). En el Catálogo de Franco Dávila y Romé de Lisle (1767), obra consultada con toda probabilidad por Navarro, estos fósiles aparecen clasificados como “Petrificaciones no comunes” y separadas correctamente de los animales (Montero, 2003). Junto con el material anterior envió una colección de Cuernecillos de Ammon procedentes de Luque (Jaén). Dávila, en carta de contestación (14/1/1785) le indica que éstos últimos no son sino caracolitos en forma de una espiral como los Cuernos de Caza y que los cree terrestres. En realidad se trataba de ejemplares de ammonoideos que Dávila (1767), al guiarse por la forma de la espira, los incluye dentro de los grupos de los gasterópodos. En esa misma carta le pide también que en un nuevo envío le mande minerales, antigüedades, cangrejos y dientes de peces fósiles. Poco después, en marzo de 1785, Navarro remitió la segunda y última remesa formada por piezas de mármol conchites cortadas procedentes también de Vélez Rubio.
En sus Viajes, Navarro (1789) recogió y discutió varias cuestiones sobre Paleontología y Geología. Se trata de la descripción en forma de cartas de dos viajes sucesivos que realiza entre el verano y el otoño de 1789 por lo que él llamaba “mi país”. Partiendo en ambas ocasiones de Baza, su lugar de residencia, recorre en el primero las tierras próximas a esta ciudad llegando incluso a la vecina Sierra de los Filabres en Almería. En su segundo viaje se desplaza hasta Águilas deteniéndose en Lorca para describir los avances en las obras de los pantanos de Puentes y Valdeinfierno. Durante esta visita Navarro escribe:
No an sido unicamente las obras del arte las que me han hecho agradavle la vista de los pantanos, tambien han contribuido las de la naturaleza. Todos aquellos montes estan llenos de cuerpos marinos fosiles y petrificados. Desde el estrecho de la Culebrina en donde está el pantano de Valdeinfierno hasta la sierra del Caño sobre Lorca corre una faxa o banco de seis leguas de largo en donde se hallan amontonadas inmensas producciones marinas. Todo es de piedra franca formada de destrozos de ellas. El monte de la Culebrina es un agregado de cuernos de amonon, agaricos, madreporas, astroitas y conchas, unas enteras y otras reducidas a masa. Los del pantano de abajo se componen de bancos de ostras vivaldas montuosas, agaricos y cuadreporas; siguiendo la faja o banco, se encuentran ostras, herizos marinos, bucardos, estroques, glosopetras, camarones, muelas grandes de pezes, cerebrites, belemnitas, piedras judaicas, patelas, caracoles marinos, buvinitas, neritas, turvinitas, piedras lenticulares y enfrente de este vanco, cerca ya de Lorca, hacia la serreta, un vanco de yeso en ojas delgadas con una inmensidad prodigiosa de impresiones de pezes. Para la diversion de vuestra merced he dibujado algunas de estas piezas curiosas que descriviré con toda brevedad.
El texto se completaba con unas 30 láminas hoy desgraciadamente desaparecidas, en las que se recogían los hallazgos más interesantes dibujados por el autor. En su escrito algunas de las descripciones se realizan con gran detalle:
En la estampa X, la figura 1 representa una hermosa astroita que se encontro en el monte de la Culebrina. La 2, una especie de agarico de que se compone la maior parte del monte del pantano de avajo, todo el es de una piedra mui porosa en la que se ven muchos huecos y toda la superficie de ellos sembrada de pequeños agujerillos por los que sale un pezoncillo estriado, como si se compusiera de quatro o cinco flamentos unidos que se encorvan un poco si sobresalen una o dos lineas, quando no salen tanto parezen unos botoncitos estrellados que dan a la piedra una figura mui graciosa. He querido llamarla agarico porque algunos trozos se parecen a los agaricos vegetales, quiza sera una especie de milepora. La figura 3 es una grande muela, quizas de foca, y la 4 son aquellos cristales que llaman jacintos de Compostela que se encuentran por los mismos montes.
Es interesante señalar también la referencia que hace Navarro sobre el posteriormente archiconocido yacimiento de peces fósiles de La Serrata:
Las estampas XV y XVI ofrezen algunas impresiones de pezes de las infinitas que se hallan en el banco de yeso en hojas que ai enfrente del molino del Consejero, en donde escrivo, el qual pasa esta parte del rio, y se encuentran algunas aunque en corta cantidad sobre la acequia de Sutullena.
En la obra de Navarro existe una mezcla de ideas que perduraban de siglos anteriores y otras que reflejan el inicio de la revolución que sufrió la Paleontología a finales del siglo XVIII y comienzos del siguiente. Entre las ideas antiguas destaca la influencia del De natura fossilium de Agrícola en el hecho de que el autor, cuando refiere un ejemplar, lo hace basándose en su morfología, no utilizando en ningún caso el término Especie en su sentido prístino. Esta influencia se observa también cuando algunas descripciones morfológicas son asimiladas a objetos comunes: botón, corazón, estrella, almendra... Por otro lado, entre las ideas avanzadas sobresale la mayor cantidad de información que, frente a otros autores de la época, aporta en sus descripciones sobre la localización del yacimiento, morfología de los fósiles, aspectos que hoy podríamos considerar tafonómicos, etc. Además, en la terminología utilizada por Navarro se advierte un abandono del sufijo ites para nombrar Géneros, terminología que desaparecería a principios del siglo XIX (Montero, 2003).
A partir de la observación de la disposición de los estratos, composición de las rocas, orografía del terreno y distribución de la red hidrográfica, Navarro intenta explicar el origen del paisaje que contempla y al mismo tiempo dar respuesta al problema que planteaba la existencia de fósiles marinos en los montes. Partiendo de la tesis convencida de que los lugares visitados habían estado cubiertos por el mar en algún momento de su historia, nuestro autor afirmaba que el relieve actual sería el resultado del hundimiento de los fondos marinos como consecuencia del pesado depósito de los sucesivos sedimentos que procedían de la erosión de antiguos montes y de la destrucción y disolución de animales y cuerpos organizados. Sobre el origen de las rocas escribe:
Las gredas, las pizarras, las piedras calcareas suponen el trabajo y la accion de las aguas. No devo entretenerme aqui ni cansasr a vuestra merced con una disgresion sobre el origen destas piedras, que tantas vezes avrá leido en nuestros mineralogistas, y me persuado sera de dictamen que las pizarras son el legamo o tarquin procedente de los vegetales podridos o quemados en las aguas, las piedras calcareas masas de testacios destruidos, y finalmente que, no hallando granito ni otras grandes masas de piedras vitrificables, convendra en que nuestros montes son de segunda formación y que han recivido su estructura del océano.
Según su teoría las montañas no serían sino los fondos marinos que se habrían conservado elevados allí donde existía un sustrato granítico que impidió su hundimiento, al contrario que en las amplias zonas circundantes que, tras la retirada de las aguas, darían lugar posteriormente a los valles y cauces de los ríos actuales. Esto explicaría la superposición de los distintos niveles estratigráficos de arcillas, pizarras y calizas (“bancos”) creados por los depósitos orgánicos sobre los lechos marinos y observados en las montañas, y el porqué se encontraban multitud de fósiles marinos y de mármoles a miles de metros altitud. Cuando su método no encuentra explicación a la disposición irregular de estratos verticales o inclinados, recurre a alguna “revolución local” como causa de ésta.
Con lo que no se atrevió Navarro fue con las cuestiones sobre la cronología y el origen de los distintos eventos geológicos, quizás para no refutar la tradicional Creación descrita en el Génesis y no levantar suspicacias entre la jerarquía eclesiástica. En este sentido, ni la teoría de la inundación causada por el diluvio ni cualquier otra ofrecía base suficiente para resolver el problema. Así las cosas, Navarro concluye:
Los que atribuyen el estado actual de nuestro globo al diluvio universal encuentran dificultades insuperables. Los que acuden a las operaciones y trabajo lento de las aguas del mar, a su movimiento de oriente a occidente, y mudanza continua de la tierra en mar y del mar en tierra; los que dan por causa las lluvias y rios, la descomposición de los montes, el averse rebaxado el nivel del mar; los que atribuyen a la mudanza del exe de la tierra o de la ecliptica, los que hacen a los fuegos soterraneos el origen destas revoluciones, todos flaquecen por alguna parte, ninguno puede llenar nuestros deseos, el alma no se sosiega.
Figura 1 - A) Portada del trabajo de Guillén (1997 sobre la vida y obra de Navarro.
	B) Viajes realizados por Navarro en 1789 (tomado de Castillo 2000)

A)Figura 1 - Portada del trabajo de Guillén (1997 sobre la vida y obra de Navarro. B) Viajes realizados por Navarro en 1789 (tomado de Castillo 2000)

Corolario

Navarro no fue solo una naturalista que saliera al campo a recolectar rocas y fósiles, sino un clérigo erudito que se planteó las más diversas incógnitas sobre el origen y evolución de la Tierra, tema de máxima actualidad entre los científicos del momento. Tras manifestar su prudente rechazo al diluvialismo como posible explicación del modelado de la superficie terrestre y origen de los fósiles, nuestro autor atribuyó los accidentes geográficos actuales a la acción de las aguas del mar. Junto con naturalistas de la talla de Bowles y Cavanilles, fue de los primeros partidarios españoles en considerar los fósiles como restos orgánicos, principalmente malacológicos, depositados por el mar, alejándose de posturas que relacionaban las petrificaciones parecidas a seres vivos con meras formaciones inorgánicas o minerales. Exceptuando las citas de Bowles, los datos de Navarro son particularmente interesantes por tratarse de las primeras descripciones “científicas” más o menos detalladas de fósiles murcianos. No sólo describe algunos de los ejemplares recogidos sino que además los dibuja. Según Guillén Gómez (1997) y Castillo Fernández (2000), el objetivo de Navarro al dejar constancia por escrito de sus viajes era el de contribuir con su aportación a la elaboración de una necesaria historia natural de España, ya que hasta entonces las visiones de conjunto como las de Torrubia, Bowles o Mentelle- no le resultaban satisfactorias.
Queda pues bastante claro que Navarro era un naturalista con ideas bastante modernas para la época. A diferencia de contemporáneos suyos como López de Cárdenas, cura de Montoro y firme defensor del origen diluvial de los fósiles que va mandando al Real Gabinete, Navarro manifiesta su escepticismo frente a las diversas interpretaciones establecidas hasta el momento y reconoce su incapacidad para discutir, desde un punto de vista estrictamente científico, cuestiones que expliquen las causas y mecanismos de los movimientos orogénicos que dieron lugar a las montañas.
Andrés Martínez Cañada
A pesar de no alcanzar nunca el prestigio dentro y fuera de la región de los científicos murcianos consagrados como Ángel Guirao, Francisco Cánovas Cobeño y Olayo Díaz, la labor de Martínez Cañada fue meritoria en cuanto al conocimiento del medio natural y a su importante contribución a la difusión y desarrollo en Murcia de la ciencia de su época. Se trata de un naturalista murciano del que se conocen muy pocos datos biográficos. Toda la información sobre este personaje ha sido extraída de un extenso trabajo publicado en el número 2 de la revista Pleita (López Fernández et al., 1999).

Labor científica

Martínez Cañada fue nombrado en 1875 conservador del excelente Gabinete de Historia Natural del Instituto de Murcia por el entonces director del centro Ángel Guirao Navarro. La mayor parte de sus trabajos aparecen entre 1876 y 1881, con 4 artículos exclusivamente sobre fósiles de los 46 relacionados con Historia Natural que publica. Sus principales aportaciones paleontológicas aparecieron en las revistas locales El Álbum y El Semanario Murciano, destacados vehículos de difusión científica y cultural de la época. Ambos trabajos son bastante similares y quedaron inconclusos por la desaparición repentina de las dos publicaciones donde vieron la luz. Se trata de Animales fósiles y perdidos. Memoria sobre los encontrados en nuestra provincia, con expresión de los terrenos y masas minerales (Martínez Cañada, 1877b), y Fósiles de la provincia (Martínez Cañada, 1881). En su reconocimiento geológico de la transversal Murcia-Cartagena-Mar Menor (Sierra de Carrascoy, Cresta del Gallo, Columbares, Altaona, etc.), Martínez Cañada va describiendo los materiales que encuentra en cada paraje y citando los fósiles que contienen. Enumera cerca de 70 especies procedentes de 15 lugares distintos. La gran mayoría pertenecen a equinodermos, braquiópodos (terebrátulas) y, mayormente, bivalvos (pectínidos y ostreas). Menciona la presencia de colmillos y vértebras fósiles de Elephas africanus en Corvera y de dientes de tiburón en San Pedro del Pinatar. Asimismo, describe con detalle unas huellas descubiertas en arenisca que le llaman poderosamente la atención y que con seguridad podemos asignar a Paleodyction. Martínez Cañada consigue identificar muchos de los fósiles que encuentra tras consultar a algunos de nuestros consocios naturalistas de Alemania y España, á mas de haber tenido á la vista los mejores atlas de fósiles que se han publicado recientemente. A pesar de no llegar a describir especies nuevas o poco conocidas y de mostrar escaso interés por el valor estratigráfico de los fósiles, Martínez Cañada dedicó grandes esfuerzos a investigar y determinar el material recogido durante sus excursiones, a menudo orientadas al estudio de temas completamente distintos. Sin llegar nunca a ser un investigador de primera línea, la labor de Martínez Cañada se convirtió en un referente inexcusable para cualquier naturalista posterior que quisiera centrar sus estudios en la Región de Murcia.

Martínez Cañada y el evolucionismo

Según López Fernández et al. (1994), Martínez Cañada fue uno de los principales protagonistas del proceso de introducción en Murcia de las teorías evolucionistas, aunque hay que señalar que durante su vida se pronunció en contra de las mismas, luchando siempre porque no se aceptasen. En el ámbito geológico fue un catastrofista convencido, alineándose con Cuvier o Beaumont y rechazando las ideas de Lyell. En cuanto al debate biológico, atacó duramente el transformismo de Darwin con argumentos de carácter religioso, sobre todo en lo relacionado con el origen del hombre.
La primera publicación en la que plasmó sus planteamientos geológicos aparece en El Álbum (Martínez Cañada, 1877a). Según el autor, los hallazgos de algunos fósiles constituyen la prueba inequívoca de la acción de las grandes catástrofes pretéritas propugnadas por Cuvier. El colmillo de Elephas africanus aparecido en Corvera demuestra la más que probable unión inicial entre los continentes europeo y africano, separados posteriormente por extraordinarios terremotos y volcanes. Pero en todo caso, como último elemento interpretador, Martínez Cañada recurrirá al diluvio bíblico como único argumento irrefutable para explicar la aparición de fósiles marinos en las montañas. Defiende también la viabilidad de otras catástrofes menores (fuertes inundaciones fluviales) frente a la presencia de organismos de agua dulce en aluviones que contenían a su vez materias volcánicas muy alejadas de sus puntos de origen.
En su Origen de la Anatomía animal y utilidad de la taxidermia (Martínez Cañada, 1877a) queda claramente definida la postura antitransformista de Martínez Cañada, sobre todo en lo referente a la comparación hombre-mono y a nuestra posible procedencia animal. Dos años después, acabará perfilando su posición en un nuevo trabajo publicado en dos entregas bajo el título Los progresos del hombre (Martínez Cañada, 1878). Aquí se mantiene fiel a su idea de separar radicalmente los reinos humano y animal, aunque rebajando su tono virulento del pasado inmediato. Mediante un breve estudio comparativo-cronológico de fósiles, señala que las variaciones de los animales han sido muy espectaculares a lo largo del tiempo, mientras que los humanos muestran una clara tónica de mantenimiento.
Figura 2 - Publicaciones sobre fósiles murcianos de Cañada en -El Albúm- (1877) y en 
-El Semanario Murciano- (1881)

Figura 2 - Publicaciones sobre fósiles murcianos de Cañada en -El Albúm- (1877) y en -El Semanario Murciano- (1881)

Es interesante apuntar que Martínez Cañada tuvo a su lado en el Gabinete de Historia Natural al profesor Cánovas Cobeño, aunque éste con ideas menos radicales que las suyas en sus juicios sobre el evolucionismo. Por su parte, defendiendo la postura contraria destacó Olayo Díaz Jiménez, otro ilustre catedrático murciano que puso eficazmente en juego su ideología progresista y su sólida formación científica. Todos estos planteamientos generaron a finales del siglo XIX un apasionante debate en la comunidad científica murciana sobre el evolucionismo biológico y las concepciones actualista y catastrofista que intentaban explicar el origen e historia de la Tierra.
Francisco Cánovas Cobeño (1820-1904)
En 1868 Botella introduce la figura de uno de los personajes murcianos más emblemáticos del siglo XIX, el lorquino Francisco Cánovas Cobeño (Botella, 1868). Su interés y entusiasmo por las Ciencias Naturales y su labor docente e investigadora sobre la geología y paleontología regional le hacen digno merecedor de una pequeña reseña biográfica en esta síntesis histórica.

Datos biográficos

Nació en Lorca en 1820, ciudad en la que llegó incluso a ejercer (aunque fugazmente) como alcalde y a la que estuvo siempre muy ligado pese a residir durante varios años en Murcia capital. Licenciado en Medicina por la Universidad de Valencia, fue compañero de estudios del ilustre catedrático de Paleontología Vilanova y Piera, con el cual mantuvo una estrecha amistad y al que acompañaba siempre que las excursiones de éste le llevaban cerca de la provincia de Murcia. Durante casi 20 años ejerció en su ciudad natal la Medicina sin dejar de hacer salidas al campo para recoger plantas, fósiles u objetos antiguos, auténtica pasión del lorquino. Llegó a ser condecorado con la Cruz de Epidemias por los servicios prestados en Lorca durante la epidemia colérica de 1849. A partir de 1864 centró su labor en la educación, pasando a ejercer en el Instituto de Segunda Enseñanza de su ciudad como catedrático interino de Historia Natural hasta 1869, año en el que ganó las oposiciones pertinentes. Un año antes había completado su formación en la Universidad de Madrid logrando el diploma de Cirugía y el título de licenciado en Ciencias Naturales. Impartió clases de Historia Natural y Agricultura, llegando a ser secretario y director del centro en dos ocasiones. En 1883 el Instituto de Lorca fue suprimido por orden del Ministerio de Fomento debido a una política basada en la concentración de los centros de secundaria en las capitales de provincia. Ante ello, Cánovas manifestó su deseo de ser trasladado a Murcia, y en 1885 fue nombrado provisionalmente catedrático de Física y Química del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Murcia (actualmente I.E.S. Alfonso X el Sabio), donde sustituyó a Olayo Díaz. Mantuvo esta situación hasta 1890, momento en el que se hizo por fin cargo de la disciplina de Historia Natural tras el fallecimiento del profesor y durante muchos cursos director del centro, Ángel Guirao Navarro. Hay que hacer un inciso para señalar que Guirao fue, además de profesor ejemplar, un prestigioso político y un gran naturalista e investigador interesado fundamentalmente por la Zoología y la Botánica. Entre los numerosos cargos institucionales que desempeñó destaca su nombramiento en 1881 como Presidente de la Real Sociedad Española de Historia Natural, quizás el puesto más alto jamás alcanzado por un científico murciano.
Cánovas fue titular de la cátedra de Historia Natural hasta 1896, año en el que se le concedió la jubilación por imposibilidad física con sustituto personal. Bajo tal circunstancia se retiró a Lorca a pasar sus últimos años, donde falleció en 1904. Fue miembro de la Sociedad Española de Historia Natural, Sociedad Geológica de Francia, Sociedad Arqueológica Valenciana y correspondiente de la Real Academia de Historia.

Labor docente

En lo que se refiere a su ejecutoria docente, uno de los hechos más destacables es la elaboración de sus propios textos. En 1862 publicó Nociones elementales de Historia Natural (Cánovas Cobeño, 1862), tratado de 87 páginas escrito en lenguaje sencillo y destinado a despertar el amor por las Ciencias Naturales en las escuelas de primera enseñanza. En él destaca la minuciosa descripción de los terrenos del término de Lorca en una época en la que todavía no habían comenzado los trabajos de la Comisión del Mapa Geológico, lo que demuestra el amplio conocimiento de la región que Cánovas había adquirido gracias a sus innumerables investigaciones de campo.
Años después publica, ya para niveles de bachillerato, Curso de Historia Natural (Cánovas Cobeño, 1870), manual que fue adoptado inmediatamente por otros centros de enseñanza para que sirviera de texto de la asignatura y que fue premiado con la medalla de bronce en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. En su última lección titulada Concordancia de los hechos geológicos con la Biblia, Cánovas pone de manifiesto desde su compromiso cristiano su postura claramente creacionista con respecto a las especies fósiles. Influenciado con toda probabilidad por su buen amigo Vilanova, manifestó siempre una concordia entre Ciencia y Biblia justo en el momento álgido de la polémica entre creacionistas y evolucionistas (Pelayo, 1996):
Tal es la explicación que en vista de las observaciones y datos adquiridos dá la Ciencia acerca del origen y vicisitudes de la tierra; veamos ahora si están estos en armonía con lo que el Historiador sagrado refiere en el Génesis. (…) Vemos que la creación se vá verificando en un órden ascendente, confirmado por la observación y experiencia, así es que cuando fueron creados todos los animales, entonces tuvo lugar la creación del hombre.
El Curso de Historia Natural será ampliado en una edición posterior de 1891 en la que apenas cambian los contenidos. Es interesante señalar el concepto de fósil que recogen ambos trabajos:
Llámanse Fósiles las diferentes partes de los vegetales ó animales que se encuentran petrificados entre las capas del terreno: estos despojos orgánicos son siempre las partes más duras de aquellos séres, como los ramos, frutos, semillas, huesos, dientes, conchas, etc.; algunas veces estas partes no han quedado más que estampadas ó vaciadas en el terreno, cuyo hueco ó impresión se ha llenado con otra sustancia que ha tomado su misma forma, esto es lo que se llama impresión ó molde, y tiene el mismo valor que los verdaderos fósiles.
En 1895 ven la luz dos nuevos textos docentes: Cuadros de Historia Natural (Cánovas, 1895a) y Nociones elementales de Organografía y Fisiología Humanas e Higiene (Cánovas, 1895b). Se trata de dos obras de características muy similares en cuanto a forma y contenido. Originales didácticamente, pero de muy discutible efectividad, la materia queda estructurada en varios “cuadros” que presentan de forma resumida los principales conceptos o las clasificaciones de sistemática en forma de esquemas con llave. La total ausencia de ilustraciones y actividades dan como resultado un texto bastante árido (López Fernández, 2001).

Actividad científica

Como hombre de amplia formación, Cánovas publicó varias obras y trabajos científicos referentes a la fauna, geología y agricultura lorquinas, así como a la propia historia, arqueología y patrimonio monumental de su ciudad. Uno de los más interesantes y curiosos es el recogido durante 1873-74 en varios números de la revista El Ateneo lorquino titulado Viajes por el término de Lorca a través de los tiempos geológicos con unos caballeros en desuso (Cánovas, 1873,1874). Dichos caballeros no son otros que los dioses griegos del mar y de la tierra Neptuno y Plutón, los cuales se le presentan en sueños al autor y le van enseñando la región, cubierta en ese momento por el mar, donde millones de años después quedarán ubicadas las tierras de Lorca. Con un lenguaje sencillo y muy didáctico, Cánovas describe las características faunísticas, botánicas y geológicas de la región en un recorrido que comienza en el Silúrico y finaliza en el Cuaternario. En su viaje cita los fósiles que va descubriendo (ammonites, belemnites, braquiópodos, corales y bivalvos) e identifica el género y especie de casi todos los ejemplares, lo que demuestra una buena formación paleontológica. Del texto se deduce también el amplio conocimiento que tenía de las principales tendencias geológicas del momento adquiridas a través de las obras de naturalistas españoles y extranjeros de primera línea. Con este trabajo, Cánovas reafirma sus ideas acerca del origen y evolución de la Tierra. Seguidor de los planteamientos del eminente geólogo francés Beaumont, quien expuso su famoso sistema de levantamiento de cordilleras, el lorquino se muestra aquí como un defensor de la doctrina del catastrofismo moderado o actualista (López Fernández et al., 1994). Más tarde, volverá a manifestar sus discrepancias con respecto a la teoría de la evolución en el resumen de su conferencia La prehistoria (Cánovas, 1897), donde cuestiona abiertamente la base paleontológica de las teorías de Lyell y Darwin.

Cánovas y el coleccionismo

Es en la faceta de coleccionista científico en la que Cánovas destacó notablemente. En Lorca llegó a formar colecciones de plantas, insectos, pájaros, monedas antiguas y fósiles, siendo visitadas por numerosos investigadores españoles y extranjeros que se dedicaban a estos estudios. En 1863 se celebró la Exposición Agrícola e Industrial de Lorca, en la que fue premiado con la medalla de plata por una colección geológica y paleontológica compuesta de ciento setenta y dos ejemplares de rocas y fósiles todos recogidos y descubiertos en este término municipal, clasificados con arreglo a la ciencia, algunos de ellos nuevos, y otros de importancia, entre ellos el Ceratites nodosus, característico del piso del Muschelkalk, único ejemplar encontrado en la provincia donde tan estendida está la formación triásica (Memoria del Instituto de Lorca, curso académico 1863-64). Seis años después obtuvo de nuevo la medalla de plata por la colección de fósiles y rocas que presentó en la Exposición Regional de la Sociedad Económica de Amigos del País de Lorca. Entre todas las colecciones que poseía la más sobresaliente fue la que consiguió reunir de peces fósiles del yacimiento de La Serrata de Lorca, cuyo interés e importancia quedaron reflejados en numerosas publicaciones de afamados geólogos y paleontólogos de la época (Botella y Hornos, Areitio, Sauvage, Jiménez de Cisneros, González Simancas, Meseguer Pardo...). En 1881, y a petición de su buen amigo Vilanova, Cánovas llevó la colección a la Exposición Mineralógica de Madrid, donde consiguió la medalla de plata y fue propuesto para la Cruz de Carlos III, al tiempo que tuvo la oportunidad de explicar personalmente a los reyes de España y Portugal los ejemplares que presentaba en dicha muestra. Junto a la colección envió la obra Fauna ictiológica fósil de Lorca y sus limítrofes, en la que se describen dos géneros y quince especies nuevas. Tras su muerte, y por expreso deseo de Cánovas, las colecciones fueron donadas al Gabinete de Historia Natural del Instituto de Murcia, donde se conserva el documento que así lo atestigua.
Figura 3 - (De izquierda a derecha y de arriba abajo). Retrato de
 Cánovas y portada de uno de sus textos docentes. Álbum de firmas del Museo que Cánovas albergó en su casa de Lorca y algunos
 de los fósiles que formaban la colección (fotografiados en 1873 por el prestigioso fotógrafo lorquino Joaquín Rodrigo). 
Claustro del Instituto de Segunda Enseñanza de Murcia en los primeros años del siglo XX.

Figura 3 - (De izquierda a derecha y de arriba abajo). Retrato de Cánovas y portada de uno de sus textos docentes. Álbum de firmas del Museo que Cánovas albergó en su casa de Lorca y algunos de los fósiles que formaban la colección (fotografiados en 1873 por el prestigioso fotógrafo lorquino Joaquín Rodrigo). Claustro del Instituto de Segunda Enseñanza de Murcia en los primeros años del siglo XX

Corolario

Hay dos aspectos que merece la pena destacar en la labor docente e investigadora de Cánovas. El primero es que como profesor y catedrático fue uno de los principales divulgadores del saber científico en nuestra región durante el siglo XIX. Sus enseñanzas no se limitaron únicamente a las aulas, sino que intentó siempre proyectar a la sociedad los conocimientos científicos a través de iniciativas como exposiciones, publicaciones socialmente útiles, etc. Por otro lado, fue uno de los primeros naturalistas españoles que realizó en Murcia una labor de campo sistemática desde todos los puntos de vista posibles, aunque reduciendo sus investigaciones al estudio del término de Lorca. A pesar de que su labor científica no quedó reflejada en publicaciones especializadas, contribuyó de manera decisiva al desarrollo de la Paleontología murciana a través de la recolección, observación, análisis y comparación de ejemplares fósiles. Además, fue maestro y mentor de uno de los paleontólogos más brillantes que ha dado Murcia, Daniel Jiménez de Cisneros.
Para conocer mejor la figura de Cánovas se recomienda la lectura de los siguientes trabajos: Jiménez de Cisneros (1904), Cáceres Plá (1913-1914), López Fernández y Vidal de Labra (1987), López Fernández et al. (1994) y López Fernández (2001).

Bibliografía

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Cánovas Cobeño, F. (1874): Viajes por el término de Lorca a través de los tiempos geológicos con unos caballeros en desuso. El Liceo Lorquino: 34, 38 y 41.

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