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Sobre Miguel Espinosa: artículos de prensa.

En 1978, mi amigo José María Corbalán, el autor de ¿Los años borrachos ¿, y yo nos presentamos en la casa de nuestro paisano Miguel Espinosa Gironés, cuya novela ¿Escuela de mandarines¿ nos había deslumbrado. Más que eso: nos había abierto para siempre una puerta literaria que desconocíamos hasta aquel momento, nos había cambiado la concepción misma de lo literario

Tras escucharlo hablar en la Caja de Ahorros de Caravaca en Mayo de 1976, a lo que hago referencia en alguno de los textos que sigue, había escrito mi trabajo final de Literatura contemporánea de 5º de Literatura Hispánica en la Complutense, la asignatura de don Francisco Induráin, sobre ¿Escuela de mandarines¿, que había salido muy poco tiempo antes y de un escritor primerizo al que nadie conocía. Creo que don Francisco no tenía ni idea de qué era aquello que le presentaba. Me aprobó, seguramente por unos comentarios sobre Machado y Castilla que le había hecho durante un curso en el que aparecí poco por su clase, como por todas las demás, en una universidad que giraba alrededor de los apasionantes momentos históricos que estábamos viviendo. Ese año de 1977 pasaron demasiadas cosas en una España ilusionada y generosa, tan diferente de la de hoy. Mi trabajo se llamaba ¿Figuración y Realidad en ¿Escuela de mandarines¿, de Miguel Espinosa¿, y fui a llevárselo a Miguel a principios de ese año de 1978. Lo que más chocaba de él era su forma de hablar: en efecto, hablaba como escribía. Nos recibió y nos trató como si fuéramos alguien, y no dos jovenzuelos estudiantes de su pueblo con ínfulas literarias. Se quedó con mi trabajo y, al poco, me devolvió una síntesis del mismo para publicarla a través de unos contactos que tenía en un periódico madrileño. Había tomado los elementos centrales de mi trabajo y los había pasado a su lenguaje, con lo cual se notaba a cien leguas que lo había escrito él: lo muy imitable de Miguel es precisamente lo que lo hace inimitable, ese lenguaje llevado al extremo, ese lenguaje creador de un mundo que define a los más grandes y que ya no podía disimular, una sintaxis y un léxico que lo identificaban desde la primera frase. Y que era, precisamente, el objeto de aquel trabajo mío: la condición creadora de Realidad del lenguaje espinosiano, propósito que iba haciendo explícito a lo largo de la obra misma, y el análisis de los mecanismos concretos de los que se servía para ello. Lo que más ilusión me hizo de aquello no fue ya la posibilidad de aparecer en un periódico nacional, sino que Miguel hubiera considerado mi trabajo digno de su atención. Nunca se publicó, claro, aunque conservo como una joya aquella ¿síntesis¿ de su propia mano, sobre todo por lo significativo que resultaba lo que él mismo pensaba de ¿Escuela de mandarines¿ a través de la selección realizada de aquel trabajo juvenil. Alguna vez publicaré aquello si puede resultar interesante para alguien, aunque la anécdota nunca la había contado, no sé si ni siquiera a Pepe López Martí o a Juan Espinosa. Lo sabían mis amigos más próximos de entonces. Si lo relato ahora es porque la segunda entrega de estos escritos sobre Espinosa incluye una revisión de una de las partes de aquel trabajo de mi carrera, para exponerla en el Congreso que sobre Miguel y su obra se celebró en Murcia en 1991: ¿El arte de Miguel Espinosa¿. Antes, y como primera entrega, he incluido los artículos que escribí para Diario 16 durante mis años en el periódico. Los dos últimos como columnas de apoyo, precisamente, a aquel Congreso. A partir de aquel primer encuentro del año 1978 mantuve un contacto permanente con Miguel. Nadie me enseñó tanto sobre la naturaleza de la creación. Detestaba lo que llamaba la actualidad, o sea, el periodismo en lo que tiene de relato inesencial. Yo adoraba la actualidad y he dedicado buena parte de mi actividad como escritor a ella: a intentar construir un lenguaje literario sobre la materia más fugitiva. Es una reflexión para docentes: a pesar de ello, si a alguien puedo considerar ¿maestro¿ es, entre algunos otros poquísimos, a Miguel. Nadie sostuvo con tanta fuerza, calidad y convicción la razón de ser de la escritura: el lenguaje es el mundo. Murcia, 21 de mayo de 2007.

19/05/2007 23:44:58