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Ilustración de fondo

 

El libro de Merlín

El rey Arturo no prestaba atención a la batalla que se aproximaba. Sentábase en el interior de su pabellón real, en medio de la excitación del campamento, conversando con sir Héctor, con Kay o Merlín, día tras día. Los caballeros se llenaban de orgullo al pensar que su rey celebraba tantos consejos de guerra, ya que veían arder las lámparas en el interior de la gran tienda a todas horas, y estaban seguros de que allí se elaboraba un espléndido plan de campaña. En realidad, en la tienda las conversaciones versaban sobre otros asuntos.

-Van a surgir muchos celos -decía Kay-. Cada uno de los caballeros os dirá que es el mejor, y querrá sentarse a la cabecera de la mesa.

-Entonces haremos una mesa redonda, y de ese modo no habrá cabecera.

- Pero Arturo, no podéis sentar a ciento cincuenta caballeros a una mesa. Veamos...

Merlín, que ahora intervenía poco en las discusiones, pero que se hallaba presente, con las manos cruzadas sobre el vientre, ayudó a Kay en su observación.

-Se necesitaría una mesa de unas cincuenta yardas de diámetro. Usad la fórmula 2 nr.

-Está bien. Digamos que son cincuenta yardas de diámetro. Pensad en todo el espacio de mesa que queda en el centro. Será un océano de madera, con sólo una orilla de personas. Tampoco se podría poner la comida en medio de la mesa, porque nadie llegaría hasta allí.

-En ese caso se hará la mesa de forma anular, sin nada en el centro. Los criados podrían servir por el espacio vacío. Y se me ocurre que la Orden podría llamarse de los Caballeros de la Tabla Redonda.

-Buen nombre, a fe mía.

-Y algo muy importante -agregó el rey, que se volvía más sabio cada día que pasaba- es atraer a los caballeros jóvenes. Los viejos, contra los que luchamos principalmente, tienen demasiada edad para aprender. Aunque les permitamos que se unan a nosotros, seguirán apegados a sus viejas costumbres, como le ocurriría a sir Bruce, Grummore y Pelinor, que no pueden faltar -a propósito, ¿por dónde estarán ahora?-, serán bien acogidos, porque son de naturaleza propicia. Pero no creo que los viejos caballeros de Lot se muestren tan bien predispuestos. Por eso digo que interesa que sean jóvenes. Debemos crear una nueva generación de caballeros para el futuro, como ese pequeño Lanzarote, y otros igual que él. Ellos serán los integrantes de la verdadera Tabla Redonda.

-A propósito -dijo Merlín-, creo conveniente deciros que el rey Leodegrance tiene una mesa que os servirá perfectamente. Puesto que vais a casaros con su hija, podría regalaros la mesa como obsequio de bodas. -¿Es que voy a casarme con su hija?

-En efecto. Se llama Ginebra.

-Mirad, Merlín, no me hace gracia conocer mi futuro, y tampoco estoy seguro de creer demasiado en esas cosas...

-Hay algunos hechos que debo deciros -manifestó Merlín-, los creáis o no. Lo malo es que creo haberme olvidado de algo. Recordadme que os hable de Ginebra en otra ocasión.

-Esto confunde a todo el mundo -dijo Arturo, quejosamente-. Ahora he olvidado algunas cosas que deseaba decir, por ejemplo, que... 

-Debéis celebrar las fiestas de la Orden en días determinados, como Pentecostés y otras parecidas -Intervino Kay-. Entonces los caballeros se reunirán en una cena contando lo que han hecho. De ese modo sentirán deseos de llevar a cabo grandes hazañas, con tal de poder contároslas. Y Merlín podría grabar por medios mágicos el nombre y el blasón de cada uno de los caballeros en sus sillones. Sería algo magnífico.

(WHITE, Terence H.: Camelot. El Libro de Merlín, Círculo de Lectores..)

 

Última actualización: 2004-03-05