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Ilustración de fondo

 

Don Quijote, defensor de la libertad de expresión

Defender la libertad de expresión a principios del siglo XVII con los conceptos y contenidos del XX era más que imposible, era un milagro. Don Quijote de La Mancha lo hizo. Miguel de Cervantes fue el autor.

Cuando se publica el Quijote (1605 y 1615), las pragmáticas sobre los libros promulgadas por Felipe II estaban en pleno vigor y fuerza. Estas normas establecieron un control durísimo y rigurosísimo sobre los libros y, en definitiva, contra la libertad de expresión, pero más en el papel que en los hechos comprobados, pues en la realidad no sucedió ni muchísimo menos lo que se esperaba ante la magnitud de los castigos señalados en el texto legal: penas de muerte, pérdida de bienes, quema pública de los libros intervenidos, etc., y en medio de todo esto la mano siniestra del Tribunal del Santo Oficio.

Como de costumbre, una cosa es la ley y su aplicación y otra muy distinta los portillos para burlarla y las escapatorias ante la censura. [...]

Miguel de Cervantes no lo hizo de modo frontal, dando doctrina propia de un aburrido ensayo, sino de una forma tan sutil como sugerente, vistiendo todas sus expresiones, conceptos, párrafos de tanta ironía como belleza. Y haciendo afirmaciones categóricas con frases que han pasado a la historia: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos" (Cap. LVIII).

El genio de Cervantes brilló a una altura aún no superada para criticar y a la vez burlarse de las operaciones inquisitoriales. Don Quijote es el exponente de la libertad de expresión y de lectura porque él quiere los libros que tiene en su biblioteca y no otros. El escrutinio y la quema de libros que hacen el cura Pero Pérez y el barbero, con su sobrina, es el reflejo de la primera pragmática citada de Felipe II, a la vez que una irónica farsa de lo que era la Inquisición. [...]

La práctica totalidad de los libros que el cura Pero Pérez, el barbero y la sobrina de Don Quijote lanzaron a la hoguera del corral (Cap. VI) nada tenían de carga doctrinal y menos aún que ver con la teología o los principios dogmáticos del catolicismo, pero fueron pasto de las llamas sin saber los improvisados inquisidores, en su práctica totalidad, lo que había en sus páginas y si contenían puntos de probable herejía, más o menos como en tantísimas ocasiones hacían los inquisidores de verdad con tantos y tantos libros que fueron a parar a los distintos índices, con frivolidad y sin haberlos examinado a fondo.

Miguel de Cervantes se sirvió de los libros de caballerías para hacer ficción inquisitorial, pues no iba a meterse en la boca del lobo enumerando libros incluidos en los índices para hacer esa farsa irónica. [...] Prueba de la frivolidad con que se hizo la limpia en la casa de Don Quijote son algunas frases cervantinas: "Este que viene -dijo el barbero- es Amadís de Grecia, y aún todos los de este lado, a lo que creo, son del mismo linaje de Amadís. Pues vayan todos al corral -dijo el cura". [...]

La Iglesia, la Inquisición, lo único que hacía era indagar las desviaciones doctrinales y dictar sentencia en caso de que existiesen, pero en un alarde de hipocresía jamás tocaba el pelo de la ropa de una persona, pues ese trabajo sucio lo hacía el poder civil, el brazo secular al que se entregaba al acusado para torturarlo y arrancarle confesiones o ejecutarlo.

Para Cervantes es el ama de Don Quijote ese brazo. El cura se impacienta y quiere terminar pronto, "y pase adelante, señor compadre, y démonos prisa, que se va haciendo tarde" y le indica al barbero: "Pues no hay más que hacer, -dijo el cura- sino entregarlos al brazo seglar del ama, y no se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar". El ama ejecutaba con presteza y alegría las órdenes que le daban. "Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballería, mandó al ama que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral y asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la ventana". Se le cayó uno que era la Historia del famoso caballero "Tirante el Blanco", que se libró de la quema al darse cuenta el cura de esta obra. Esto es una crítica a la frivolidad clerical al hacer escrutinio, que tiene su remate en algo muy español, el amiguismo, que salva una obra por encima de los valores que pueda tener. Dice el cura hablando de obras de poesía: "Como ellas no fueran tantas, fueran más estimadas: menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene; guárdese, porque su autor es amigo mío". [...] Otra vez el puro amiguismo para solucionar un caso, no los principios doctrinales. Y al final de la limpieza "inquisitorial", Cervantes dice: "Cansóse el cura de ver más libros, y así, a carga cerrada, quiso que todos los demás se quemasen". Es imposible encontrar más implacable dureza en esta crítica a la labor inquisitorial del cura.

Don Quijote había formado su propia biblioteca con esos libros, no con otros. Defendía su derecho, al menos personal, aunque no fuera público, que es lo mínimo a lo que pueda aspirar un hombre, a la lectura, a la libertad de expresión y comunicación, a gozar en la intimidad de su aposento del pensamiento de los demás que es lo más importante que tiene un ser humano, de las creaciones de los autores, de la obra de Dios por medio de los escritos de los hombres. Pero la Iglesia y el poder civil enmendaron la plana al mismísimo Dios. Y contra ello se rebela Don Quijote, que demuestra así su cordura, su estabilidad emocional, su alejamiento de toda locura. Él quería sus libros, no los que le impongan los demás.

El diálogo entre el canónigo de Toledo, el cura Pero Pérez y Don Quijote es todo un tratado de la cerrazón mental y la intransigencia, por parte de los dos clérigos, de la Iglesia, y de la defensa de la libertad de expresión por Don Quijote (Cap. XLVII). Después de oír la historia de Don Quijote contada por el cura, el canónigo dice: "Verdaderamente, señor cura, yo hallo por mi cuenta que son perjudiciales en la república estos que llaman libros de caballerías y aunque he leído, llevado de un ocioso y falso gusto, casi el principio de todos los más que hay impresos, jamás me he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo..."

Es la consabida confesión hipócrita para disculparse de haber leído lo que se condena, pero sólo "para estar enterado". Añade Cervantes: "El cura le estuvo escuchando con grande atención, parecióle hombre de buen entendimiento y que tenía razón en cuanto decía, y, así, le dijo que por ser él de su misma opinión y tener ojeriza a los libros de caballería había quemado todos los de don Quijote". Y a continuación Cervantes descubre la secreta afición del canónigo, hasta un punto inconfensable, que también era escritor. En una pirueta mental de la más absoluta contradicción, el canónigo, es decir, la Iglesia, hacía lo mismo que condenaba (Cap. XLVIII). A continuación y en ese mismo capítulo, el cura la emprende contra el teatro con razones que fueron bendecidas por el canónigo. Es todo un repaso cervantino a la actitud de la Iglesia sobre la libertad de expresión, los libros y la literatura.

Don Quijote no pudo contenerse (Cap. XLIX). Y aquí comienza uno de los discursos de Don Quijote en el que demuestra que los hechos reales y las leyendas se entremezclan, se entrecruzan hasta el punto de que a veces es imposible distinguir la realidad de la ficción. Don Quijote da un consejo al canónigo toledano, que lea: "Y vuestra merced créame y, como otra vez le he dicho, lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala" (Cap. L).

En la hora de su muerte y cuando iba a hacer testamento, Alonso Quijano el Bueno, que había dejado de ser Don Quijote de La Mancha, hace una sincera confesión de sus creencias en la libertad de leer: "Yo tengo el juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma" (Cap. LXXIII).

Hasta el final, el ansia de leer, el afán de leer y pensar lo que quisiera, la libertad de escoger sus lecturas, la libertad de pensamiento. Cuando pocos leían, Don Quijote quería seguir leyendo para disfrutar de la libertad de expresión de los escritores."

PASCUAL, Pedro

 

Última actualización: 2004-03-05