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Ilustración de fondo

 

La posadera

Texto I

 

El Conde de Albafiorita y el Marqués de Forlipopoli están hospedados en la posada de Mirandolina. Los dos nobles están enamorados de la posadera y cada uno busca la manera de conseguir su amor, a través de regalos:

El Conde y dichos

CONDE.- Mirandolina, yo os buscaba.

MIRANDOLINA.- Estoy aquí con estas damas.

CONDE.- ¿Damas? Me inclino humildemente.

HORTENSIA.- Sierva devota (despacio a DEJANIRA.-). Éste es un noble más rico que el otro.

DEJANIRA.- (En voz baja a Hortensia.) Pero yo no sirvo para pedir regalos.

MARQUÉS.- (En voz baja a Mirandolina.) Eh, mostrad al Conde el pañuelo.

MIRANDOLINA.- (Enseña el pañuelo al Conde.) Observe, señor Conde, el hermoso regalo que me ha hecho el señor Marqués.

CONDE.- ¡Oh, me alegro! ¡Muy bien, señor Marqués!

MARQUÉS.- Oh, nada, nada. Bagatelas. Guardadlo ya; no quiero que lo digáis. Lo que yo hago no se ha de saber.

MIRANDOLINA.- (¡No se ha de saber y me pide que lo enseñe! La soberbia contrasta con la pobreza.)

CONDE.- (A Mirandolina.) Con permiso de estas damas, quisiera deciros una palabra.

HORTENSIA.- Hágalo con toda libertad.

MARQUÉS.- (A Mirandolina.) Ese pañuelo en el bolsillo, lo estropearéis.

MIRANDOLINA.-. Lo guardaré entre algodones para que no se magulle.

CONDE.- (A Mirandolina.) Observad esta pequeña joya de diamantes.

MIRANDOLINA.- Es muy bonita.

CONDE.- Hace juego con los pendientes que os regalé. (Hortensia y Dejanira observan y hablan bajo entre ellas.)

MIRANDOLINA.- Sin duda hace juego, pero es todavía más hermosa.

MARQUÉS.- (¡Maldito sea el Conde, sus diamantes, su dinero y el diablo que se lo lleve!)

CONDE.- (A Mirandolina.) Ahora para que tengáis el juego completo, yo os regalo este aderezo.

MIRANDOLINA.- No lo acepto de ninguna manera. 

CONDE.- No me haréis esta descortesía.

MIRANDOLINA.- Oh, descortesías no las hago nunca. Para no disgustarle lo aceptaré. (Hortensia y Dejarina hablan en voz baja como antes, observando la generosidad del conde.)

MIRANDOLINA.- ¡Ah! ¿qué dice a esto, señor Marqués? ¿No es una joya galana?

MARQUÉS.- En su género el pañuelo es de más buen gusto.

CONDE.- Sí, pero de género a género hay una buena distancia.

MARQUÉS.- ¡Bonita cosa! Jactarse en público de un gran gasto.

GOLDONI, Carlo: La posadera, Orbis-Fabbri, pp. 133-137.

Texto II

Mirandolina acepta los cumplidos como un juego que no toma en serio. A la vez, ella va a iniciar el suyo propio, que consistirá en enamorar al Caballero de Ripafratta, auténtico misógino, de malas pulgas y mal carácter, que odia a las mujeres:

Escena XXIII

Mirandolina, sola.

Con todas sus riquezas, con todos sus regalos, no llegará nunca a enamorarme, y mucho menos lo hará el Marqués con su ridícula protección. Si tuviera que agarrarme a uno de estos dos, ciertamente lo haría con el que gasta más. Pero no me importa ni el uno ni el otro. Estoy empeñada en enamorar al caballero de Ripafratta, y no renunciaría a un placer semejante por una joya el doble de grande que ésta. Lo intentaré; no sé si tendré la habilidad que tienen esas dos magníficas cómicas, pero lo intentaré. El Conde y el Marqués, mientras se van entreteniendo con ellas, me dejarán en paz; y podré tratar a mis anchas con el Caballero. ¿Cómo va a ser posible que él no ceda? ¿Quién es el que puede resistir a una mujer, cuando le da tiempo a ésta de poder hacer uso de sus artes? El que huye no puede temer ser vencido; pero el que se detiene, el que escucha y se complace en ello, tarde o temprano, a pesar suyo, tiene que ceder (Se va.)

GOLDONI, Carlo: La posadera, Orbis-Fabbri, pp. 141-143.

Texto III

Mirandolina busca la manera de atraer al Caballero:

Escena IV

Mirandolina con un plato en la mano, el Criado y dicho.

MIRANDOLINA.- ¿Con permiso?

CABALLERO.- ¿Quién está ahí?

CRIADO Mande usted.

CABALLERO.- Quítale aquel plato de la mano.

MIRANDOLINA.- Perdone. Deje que yo tenga el honor de ponerlo en la mesa con mis manos. (Coloca en la mesa la comida.)

CABALLERO.- Esto no es trabajo vuestro.

MIRANDOLINA.- Oh señor, ¿quién soy yo? ¿Una señora acaso? Soy una servidora de quien me hace el favor de venir a mi posada.

CABALLERO.- (¡Qué humildad!)

MIRANDOLINA.- En verdad no tendría dificultad en servir a la mesa a todos, pero no lo hago por ciertos miramientos; no sé si usted me comprende. A su habitación vengo sin escrúpulos, con franqueza.

CABALLERO.- Os lo agradezco. ¿Qué plato es éste?

MIRANDOLINA.- Es un guisito hecho con mis propias manos.

CABALLERO.- Será bueno. Habiéndolo hecho vos, será bueno.

MIRANDOLINA.- ¡Oh! Demasiada bondad, señor. Yo no sé hacer nada bien. Pero me encantaría saber hacerlo, para darle gusto a un caballero tan cumplido.

CABALLERO.- (Mañana a Liorna.) Si tenéis que hacer, no os molestéis por mí.

MIRANDOLINA.- Nada, señor; la casa está bien provista de cocineros y criados. Me gustaría saber si ese plato es de su agrado.

CABALLERO.- Con mucho gusto, en seguida. (Lo prueba.) Bueno, exquisito. ¡Oh, qué sabor! No sé lo que es.

MIRANDOLINA.- Es que yo, señor, tengo secretos especiales. Estas manos saben hacer cosas buenas.

CABALLERO.- Dame de beber. (Al criado con cierto apasionamiento.)

MIRANDOLINA.- Detrás de este plato, señor, hay que beberlo bueno.

CABALLERO.- (al criado.) Dame vino de Borgoña. 

MIRANDOLINA.- ¡Muy bien! El vino de Borgoña es exquisito. En mi opinión, es el mejor vino de mesa que se puede beber.

GOLDONI, Carlo: La posadera, Orbis-Fabbri, pp. 151-155.

Texto IV

El caballero, a pesar de su odio a las mujeres, poco a poco caerá en las redes de la posadera, hasta el punto de declararle su amor:

CABALLERO.- No me atormentéis más. Ya os habéis vengado bastante. Os estimo a las mujeres que son de vuestra clase, si es que las hay. Os estimo, os amo y os pido piedad.

MIRANDOLINA.- Sí, señor, se lo diremos. (Planchando de prisa hace que se le caiga un manguito.)

CABALLERO.- Creedme… (Coge del suelo el manguito y se lo da.)

MIRANDOLINA.- No se moleste.

CABALLERO.- Vos merecéis ser servida. 

MIRANDOLINA.- (Se ríe a carcajadas.) ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! 

CABALLERO.- ¿Os reís? 

MIRANDOLINA.- Me río porque se burla usted de mí. 

CABALLERO.- Mirandolina, no puedo más. 

MIRANDOLINA.- ¿Se pone usted malo? 

CABALLERO.- Sí, me siento desfallecer. 

MIRANDOLINA.- (Le tira con desprecio el frasquito.) Tenga su esencia de melisa. 

CABALLERO.- No me tratéis con tanta aspereza. Creedme, os amo, os lo juro. (Quiere cogerle la mano y ella con la plancha le quema.) ¡Ay!

MIRANDOLINA.- Perdone; no lo he hecho adrede.

CABALLERO.- ¡Paciencia! Esto no es nada. Me habéis hecho una quemadura más grande.

MIRANDOLINA.- ¿Dónde, señor?

CABALLERO.- En el corazón.

GOLDONI, Carlo: La posadera, Orbis-Fabbri, pp. 225-227.

Texto V

Pero Mirandolina, que no se deja llevar por los halagos de los nobles y el caballero, decide casarse con alguien de su condición, su criado Fabricio:

MIRANDOLINA.- Deténgase, señor Caballero, aquí se está jugando su reputación. Estos señores creen que usted está enamorado; hay que desengañarlos. 

CABALLERO.- No es necesario. 

MIRANDOLINA.- Oh, sí señor. Aguarde un momento.

CABALLERO.- (¿Qué se propone hacer?) 

MIRANDOLINA.- Señores, la más cierta señal de amor es la de los celos, y quien no siente celos, es seguro que no ama. Si el señor Caballero me amara, no podría soportar que yo fuera de otro, pero él lo sufrirá y verán… 

CABALLERO.- ¿De quién deseáis vos ser? 

MIRANDOLINA.- De aquel a quien me ha destinado mi padre.

FABRICIO.- (A Mirandolina.) ¿Habláis tal vez de mí? 

MIRANDOLINA.- Sí, querido Fabricio, a vos, en presencia de estos caballero, quiero dar la mano de esposa. 

CABALLERO.- (Aparte, desvariando.) (¡Ay, Dios mío! ¿Con ése? No puedo soportarlo.) 

CONDE.- (Si se casa con Fabricio, no ama al Caballero.) Sí, casaos y os prometo trescientos escudos. 

MARQUÉS.- Mirandolina, es mejor un pájaro en mano, que ciento volando. Casaos ahora y os doy inmediatamente doce cequíes.

MIRANDOLINA.- Gracias, señores, no necesito dote. Soy una pobre mujer, sin gracia, sin brío, incapaz de enamorar a personas de mérito. Pero Fabricio me quiere, y yo en este momento en presencia de ustedes, me caso con él […] No quiero saber nada más. Fabricio, ven aquí, querido, dame la mano. 

FABRICIO.- ¿La mano? Poco a poco, señora. ¿Os divertís enamorando a la gente de esta manera y creéis que yo me quiero casar con vos?

MIRANDOLINA.- ¡Vamos, loco! Ha sido una broma, un capricho, un puntillo. Era una muchacha, no tenía a nadie que me mandara. Cuando esté casada, ya sé lo que haré.

GOLDONI, Carlo: La posadera, Orbis-Fabbri, pp. 267-271.

 

Última actualización: 2004-03-05