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Al niño se le prepara con minuciosidad para ser joven; a vosotros, para ser adultos responsables que produzcan lo mejor de sí mismos. Pero ¿desde cuándo han de empezar a prepararse el hombre y la mujer para ser viejos? Desde hoy mismo, sea cual fuera su edad. Un esfuerzo de desasimiento, una prolongación imaginaria de la vida, la empatía de ponernos en el lugar de los que vais a ser pasado el tiempo, serán mucho más fértiles que todo lo que ahorréis para aseguraros la seguridad económica; que todos los viajes que hagáis hasta encontrar un sitio al sol donde vuestros huesos se calienten; que la más desasosegada búsqueda de aficiones con que llenar de actividad vuestra jubilación. Aparte de inevitable, la vejez no es ni buena ni mala: será como la hagáis. Pero como la hagáis desde este instante, trabajando, individual y colectivamente, en esa tarea en la que, en estricto sentido, os va la vida. El día llegará en que la siembra haya concluido ya, y es probable que la recolección también. ¿Qué será lo que os quede? Lo que tengáis acumulado en vuestro corazón. En tal día casi todo se habrá vuelto pasado; estarán fuera de sitio los aplazamientos y los proyectos largos. Es ahora cuando el más largo de todos ha de planearse con precisión, para cumplirse luego. Luego, cuando hayáis de ser poco exigentes con los errores de hoy, que no tendrán arreglo; cuando hayáis de perdonar los yerros propios y los ajenos, y mirarlos con una no airada perspectiva, sino con magnanimidad y con clemencia. Porque no cabrá ya la rectificación; porque el bien y el mal estarán hechos, y las equivocaciones, cometidas, y será necesario contemplarlas a través de la benevolencia y de la comprensión (unas virtudes que hoy consideráis blandengues y que os echan para atrás). La vida dará un giro copernicano: tendréis que aprender a vivir en dependencia, hasta agradecer que os ayude alguien a vestiros o a desnudaros, y a todo lo que hoy os repele hacer por otro. Habrá sucedido algo que ahora os resulta inverosímil: no seréis ya atractivos, ni esbeltos, ni ágiles, ni fuertes. Quien se aproxime a vosotros y se mantenga cerca será por otras causas, que desde este momento debéis prever y fomentar. La vida entonces apenas será vuestra, a pesar de tanta incomunicación, a pesar del ensimismamiento que os dolerá y a la vez perseguiréis. Se desenvolverá, por delegación, en las vidas que disteis o ampliasteis: hijos, nietos, colegas, amigos, amantes, antiguos compañeros de viaje... Por eso, si la familia falla, o nunca la tuvisteis, o la perdisteis pronto, habréis de proponeros otras miras: metas acaso cortas, pero sucesivas e imprescindibles, como las de quien avanza a paso lento e inseguro. Si hoy ensayáis la generosidad, entonces no os costará seguiros dedicando todavía a los otros, volcaros en trabajos compartidos que la experiencia favorezca, salir de vosotros unas horas al día, desperdigaros a vuestro alrededor, apasionaros en mitad del frío, cultivar los hermosos sentimientos que hoy os llenan: la amistad, sí, pero el amor también; la compasión, sí, pero la ira también contra lo inadmisible. Y os entregaréis si es que hoy os entregáis: la entrega no se acaba, los proyectos solidarios sobreviven a quienes los plantean... Una vejez no se improvisa. Enriqueceos para la vuestra; multiplicaos; llenad vuestras alforjas, para marcar el camino sin vuelta, como Pulgarcito, con piedrecillas, no con migas de pan: así podrán seguiros. Os lo prevengo: esta sociedad no nos ayuda a envejecer bien: prolonga la vida, pero no la sosiega, ni la enriquece en su final. Procurad vosotros ahora, en plenitud, cada cual en su sitio, que mejore la sociedad, porque seréis vosotros mismos quienes cobréis los réditos. Luchad para que vuestros padres o abuelos, sobre cuyas huellas pisaréis, tengan una vejez más digna, más abierta, robusta y seminal; una vejez nutricia, pletórica y jugosa. Mientras la vida dura, hay esperanza: se dice, y hay que hacerlo. Resistid todos los embates, fortaleceos, sed equilibrados y más gozosos cada día, averiguad la verdad del mundo y la vuestra también para arribar a la costa de la vejez siendo sinceros. Y convenceos de que, hasta el momento último, la madurez, es un proceso continuo en el que nadie avanza por saltos: un proceso de multiplicación, de hermosura y de generosidad. Convenceos de que jubilación viene de júbilo, y de que compartir la vida -vieja o joven- es la mejor manera de ampliarla y de hacerla inmortal. GALA, Antonio: El proyecto más largo, Rev. El País Semanal.
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Última actualización: 2004-03-05
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