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Ilustración de fondo

 

El estudiante de Salamanca

 Elvira muere de amor por don Félix, pero antes le escribe una carta en la que le manifiesta sus sentimientos por él:

Murió de amor la desdichada Elvira,
cándida rosa que agostó el dolor,
suave aroma que el viajero aspira
y en sus alas el aura arrebató.

Vaso de bendición, ricos colores
reflejó en su cristal la luz del día,
mas la tierra empañó sus resplandores,
y el hombre lo rompió con mano impía.

Una ilusión acarició su mente:
Alma celeste para amar nacida,
era el amor de su vivir la fuente,
estaba junto a su ilusión su vida.

Amada del Señor, flor venturosa,
llena de amor murió y de juventud:
Despertó alegre una alborada hermosa,
y a la tarde durmió en el ataúd.

Mas despertó también de su locura
al término postrero de su vida,
y al abrirse a sus pies la sepultura,
volvió a su mente la razón perdida.

¡La razón fría! ¡La verdad amarga!
¡El bien pasado y el dolor presente!…
¡Ella feliz! ¡que de tan dura carga
sintió el peso al morir únicamente!

Y conociendo ya su fin cercano,
su mejilla una lágrima abrasó;
y así al infiel con temblorosa mano,
moribunda su víctima escribió:

«Voy a morir, perdona si mi acento
vuela importuno a molestar tu oído:
Él es, don Félix, el postrer lamento
de la mujer que tanto te ha querido.
La mano helada de la muerte siento…
Adiós: ni amor ni compasión te pido…
Oye y perdona si al dejar el mundo,
arranca un ¡ay! Su angustia al moribundo.

ESPRONCEDA, José de: El estudiante de Salamanca. Cátedra, 67-68.

Última actualización: 2004-03-05