Elvira muere de amor por don Félix,
    pero antes le escribe una carta en la que le manifiesta sus sentimientos por
    él:
   
    
   
      Murió de amor la desdichada Elvira,
      cándida rosa que agostó el dolor,
      suave aroma que el viajero aspira
      y en sus alas el aura arrebató.
      Vaso de bendición, ricos colores
      reflejó en su cristal la luz del día,
      mas la tierra empañó sus resplandores,
      y el hombre lo rompió con mano impía.
     
       
         
            Una ilusión acarició su mente:
            Alma celeste para amar nacida,
            era el amor de su vivir la fuente,
            estaba junto a su ilusión su vida.
            Amada del Señor, flor venturosa,
            llena de amor murió y de juventud:
            Despertó alegre una alborada hermosa,
            y a la tarde durmió en el ataúd.
            Mas despertó también de su locura
            al término postrero de su vida,
            y al abrirse a sus pies la sepultura,
            volvió a su mente la razón perdida.
            ¡La razón fría! ¡La verdad amarga!
            ¡El bien pasado y el dolor presente!…
            ¡Ella feliz! ¡que de tan dura carga
            sintió el peso al morir únicamente!
            Y conociendo ya su fin cercano,
            su mejilla una lágrima abrasó;
            y así al infiel con temblorosa mano,
            moribunda su víctima escribió:
            «Voy a morir, perdona si mi acento
            vuela importuno a molestar tu oído:
            Él es, don Félix, el postrer lamento
            de la mujer que tanto te ha querido.
            La mano helada de la muerte siento…
            Adiós: ni amor ni compasión te pido…
            Oye y perdona si al dejar el mundo,
            arranca un ¡ay! Su angustia al moribundo.