La aurora de Nueva York tiene 
    cuatro columnas de cieno 
      y un huracán de negras palomas 
      que chapotean las aguas podridas. 
      La aurora de Nueva York gime 
      por las inmensas escaleras 
      buscando entre las aristas 
      nardos de angustia dibujada. 
      La aurora llega y nadie la recibe en su boca 
      porque allí no hay mañana ni esperanza posible: 
      A veces las monedas en enjambres furiosos 
      taladran y devoran abandonados niños. 
      Los primeros que salen comprenden con sus huesos 
      que no habrá paraíso ni amores deshojados: 
      saben que van al cieno de número y leyes, 
      a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. 
      La luz es sepultada por cadenas y ruidos 
      en impúdico reto de ciencia sin raíces. 
      Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes 
      como recién salidas de un naufragio de sangre.
     
     
    
          
        
      
    
    GARCÍA LORCA, Federico: Poeta en Nueva York. Cátedra, 160.
    
     
    
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