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2.10 La última década
La televisión en España ha cambiado drásticamente
en el última década. Al margen de los cambios económicos
y la proliferación de ofertas de pago digitales o la misma presencia
de televisiones de cobertura local, si nos centramos en la oferta, puede
decirse que hace diez años primaba una lógica
que en Europa se denominaba de servicio público,
que a grandes rasgos definiríamos como aquella en la que destacaba
el deseo de incidir cultural o políticamente en la audiencia. Las
estrategias programativas de las cadenas públicas estatales o autonómicas
estaban aceptablemente al margen de las leyes del mercado y de hecho el
éxito o fracaso de un programa no se valoraba por la audiencia
conseguida o por la publicidad que conseguía.
La aparición de la concurrencia establece una nueva lógica
para el conjunto del sistema televisivo español. Ahora,
el criterio básico consiste en programar lo que
el público pretendidamente demanda y tiene interés
en consumir. Se trata de buscar en todos los casos el mayor número
de audiencia (o al menos crear un equilibrio entre lo que cuesta
un programa y lo que recauda por los ingresos publicitarios) y así
privilegiar en cada una de las bandas horarias los programas dirigidos
a los grandes consumidores de televisión. Se abandona por tanto
el deseo de crear una dieta equilibrada para todos los segmentos sociales
y llegar al máximo de público disponible en cada franja
horaria. Por este motivo han desaparecido de las parrillas o han sido
enviados a horarios muy marginales de las televisiones generalistas muchos
géneros o programas parcialmente minoritarios como el cine en blanco
y negro o los programas infantiles de la tarde.
El efecto más evidente de lo dicho es que la oferta televisiva
de la última década se ha escorado hacia los gustos e intereses
de los grandes consumidores estadísticamente hablando: personas
mayores, de clases bajas y zonas rurales.
Desde el punto de vista de los gustos del público, también
se han visto mutaciones en el transcurso de los últimos diez años.
Si contemplamos la lista de los programas más vistos de cada año,
observaremos que a finales de los ochenta existía un predominio
de los largometrajes de origen estadounidense; por ejemplo en
1989 trece de los veinte primeros programas eran películas norteamericanas.
Empero a lo largo de toda la década de los noventa y hasta
la actualidad la balanza de los éxitos se ha inclinado
hacia los programas deportivos, líderes indiscutibles
desde 1994 (de hecho casi exclusivamente fútbol y en tiempos de
Miguel Indurain ciclismo) cuanto menos diez de los veinte programas más
vistos son deportivos, y a las series de producción propia
(tres o cuatro presentes en la lista de cada año, en los últimos
años Cuéntame, cómo pasó).
Con menos presencia, nunca han dejado de aparecer en el ranking programas
especiales muy unidos a acontecimientos singulares tales como
debates electorales, bodas reales o galas extraordinarias como las de
Operación Triunfo o el Festival de la canción de Eurovisión
(años 2002 y 2003). Y como productos raros de temporada también
se encuentran algunas telenovelas (Cristal) o realities (¿Quién
sabe donde? Y, recientemente, Gran Hermano).
En una especie de resumen que resulta inevitablemente provisional podría
decirse que en la última década se han
podido observar dos fases claramente delimitadas: una
primera, coincidente con la primera mitad de la década
de los noventa, en donde la inédita situación de competencia
del sistema produjo un funcionamiento desajustado del
sistema televisivo español; y una segunda etapa
caracterizada por una cierta estabilización de
la actividad televisiva centrada a partir del éxito de las series
de producción propia.
Es muy pronto para valorar adecuadamente que tipo de repercusión
histórica tendrá, pero en los últimas dos o tres
años se ha podido percibir un progresivo crecimiento
de la oferta de programas cuyos colaboradores o invitados trasmiten agresividad
y malos modos.
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