Sin la existencia de un lenguaje y sin la existencia de un código
o conjunto de normas y reglas que den sentido a ese lenguaje, difícilmente
podríamos hablar de comunicación, de la misma manera que
tampoco sería posible entablarla si no se dispone de un canal que
la haga viable, si no se da una situación que la propicie -por
mucho que deseemos conversar con alguien, raramente lo podremos hacer
si no tenemos interlocutor-, o si no hay mensaje alguno que transmitir.
En la radio, al igual que en los otros medios, convergen todas y cada
una de las condiciones necesarias para hacer de la comunicación
una realidad, ya que, entre otras cosas, tiene un lenguaje y un código
específicos de los que se sirven sus profesionales para construir
toda esa amalgama de mensajes/sonido que llegan a nuestros oídos
a través de los aparatos receptores.
De hecho, si ahora sintonizases una emisora de radio te darías
cuenta de que constantemente se van sucediendo y alternando voces y músicas,
y, en algunos casos, otros sonidos como el cantar de los pájaros
en un anuncio sobre un balneario situado en plena naturaleza, o el de
un motor y un claxon en un anuncio de coches. Observarías, igualmente,
que todo está perfectamente ordenado y que, por ejemplo, una voz
aparece cuando ha callado otra, que un fragmento musical que emerge al
inicio de un informativo desaparece lentamente, que un locutor presenta
una canción mientras suenan, a un volumen más bajo, las
primeras frases de la música, y así un largo etcétera.
Los componentes del lenguaje radiofónico, o, dicho de otro modo,
las materias primas con las que trabaja la radio son cuatro: la voz
(o el lenguaje de los humanos), la música (o el lenguaje
de las sensaciones), los efectos sonoros (o el lenguaje de las
cosas) y el silencio. Como es lógico, el uso que se hace
de estas materias varía en función del tipo de programa
y, así, mientras que en un informativo predominan las voces de
aquellos redactores/locutores que relatan las noticias, en una radiofórmula
musical es precisamente la música la que tiene un papel protagonista.
El principal denominador común de los componentes del lenguaje
radiofónico es, ante todo, su ilimitada riqueza expresiva y su
gran poder de sugestión. Utilizando sólo la voz, o sólo
la música, o la voz y la música, o la voz y el silencio,
o todas las materias primas a la vez, podemos lograr que el oyente se
alegre o se ponga triste, que visualice en su mente un paisaje, que recree
un movimiento, que sienta miedo, que se entretenga o que se aburra...
Porque, en el universo radiofónico, todo es posible.
Tras estas explicaciones, te resultará más fácil
comprender la definición de lenguaje radiofónico que el
profesor Armand Balsebre, catedrático de Comunicación Audiovisual
y Publicidad en la Universidad Autónoma de Barcelona, aporta en
el libro que, precisamente, lleva por título El lenguaje radiofónico:
Conjunto de formas sonoras y no-sonoras representadas por los sistemas
expresivos de la palabra, la música, los efectos sonoros y el silencio,
cuya significación viene determinada por el conjunto de los recursos
técnico-expresivos de la reproducción sonora y el conjunto
de los factores que caracterizan el proceso de percepción sonora
e imaginativo-visual de los radioyentes.
Es importante tener en cuenta que el conjunto de recursos técnico-expresivos
a los que se refiere el profesor Balsebre conforman, en esencia, el código
radiofónico, es decir, el repertorio de posibilidades que, utilizando
los componentes del lenguaje, tenemos para producir enunciados significantes.
Analizaremos ahora las diferentes materias primas de las que hemos hablado,
pero antes conviene que sepas que en la radio, al igual que en otra situación
comunicativa, los mensajes tienen un componente semántico y un
componente estético. Ten en cuenta que, como bien sostiene en su
libro Teoría de la información y de la percepción
estética Abraham Moles, uno de los teóricos de la comunicación
más prestigiosos, en cada nivel de comunicación entre emisor
y receptor, por cualquier canal, siempre es posible distinguir dos aspectos
en el mensaje. Por un lado, el aspecto semántico, correspondiente
a un repertorio de signos normalizados universalmente. Por otro lado,
el aspecto estético, es decir, la expresión de las variaciones
que la señal puede sufrir sin perder su especificidad; estas variaciones
constituyen un campo de libertad que cada emisor explota de manera más
o menos original. El mensaje es la suma de ambas informaciones: semántica
y estética.
En el caso de la radio, los cuatro componentes de su lenguaje transportan
siempre las dos informaciones a las que se refiere Moles. Esto explica
que, por ejemplo, un pequeño fragmento musical en medio de un boletín
informativo signifique que cerramos página en cuanto a noticias
nacionales se refiere y que pasamos al bloque de actualidad internacional,
o que al oír la voz de un/a locutor/a que nos asegura que le gusta
mucho el disco que acabamos de escuchar, tengamos la impresión
de que, en realidad, nos está diciendo justamente lo contrario.
El cómo se dice, la forma, la estética, en definitiva,
lo que podríamos denominar la expresión fonoestésica,
juega muchas veces un papel tan o más determinante que lo que en
sentido estricto significan las palabras que utilizamos para decir.