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4.6 El musical Obviamente, el cine musical fue uno de los grandes lanzamientos de la
industria hollywoodense cuando surgió el cine sonoro. De hecho,
en 1928, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood
concedió un galardón especial a la compañía
Warner Bros. por su película El cantor de jazz (The Jazz
Singer, 1927), de Alan Crosland, primer filme sonoro y primer musical
de la historia, que incluía canciones de autores tan famosos en
aquel tiempo como Irving Berling y Jimmy Monaco. A este filme siguieron
otros del mismo tono, al estilo de La melodía de Broadway
(The Broadway Melody, 1929), de Harry Beaumont, ¡Música
maestro! (On With the Show, 1929), de Alan Crosland; y El desfile
del amor (The Love Parade, 1929), de Ernst Lubitsch. Progresivamente
sofisticado, cada vez más eficaz en su puesta en escena, el musical
cinematográfico dio lugar a obras tan notables como Rose Marie
(1935), de W. S. Van Dyke, que además hizo de sus protagonistas,
Jeannette MacDonald y Nelson Eddy, dos estrellas de gran renombre. A partir de su definitiva tipificación en el seno de la industria,
el musical se convirtió en sinónimo de elegancia y fastuosidad
escénica. Ejemplos de esa tendencia son La viuda alegre
(The Merry Widow, 1934), de Ernst Lubitsch, La alegre divorciada
(The Gay Divorcee, 1934) y Sombrero de copa (Top Hat, 1935 ,
ambas de Mark Sandrich. Estas dos últimas cintas consolidaron asimismo
a una de las parejas más conocidas del género, Fred Astaire
y Ginger Rogers. Con el paso del tiempo, el público llenó las salas de cine
para asistir a la proyección de títulos como La melodía
de Broadway 1938 (Broadway Melody of 1938, 1937), de Roy del Ruth,
El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming, Cita
en San Luis (Meet Me in Saint Louis, 1944), de Vincente Minnelli,
El desfile de Pascua (Easter Parade, 1948), de Charles Walters,
y Un día en Nueva York (On the Town, 1949), de Stanley Donen.
Las distintas compañías, atentas a esa demanda popular,
crearon equipos dedicados exclusivamente a la elaboración de musicales.
Así, aparte de contar con estrellas como Gene Kelly, Rita Hayworth,
Judy Garland y Betty Grable, la industria dio a conocer a creadores dedicados
al diseño de este tipo de producciones. Por ejemplo, la unidad
que Arthur Freed dirigió en la Metro Goldwyn Mayer, diseñó
películas como Cantando bajo la lluvia (Singinin the
Rain, 1952), de Gene Kelly y Stanley Donen, cuyo reparto encabezaron Kelly,
Donald O'Connor, Debbie Reynolds y Cyd Charisse; Un americano en París
(An American in Paris, 1951), Melodías de Broadway 1955
(The Bad Wagon, 1953), Gigi (1958), y Brigadoon (1954),
todas ellas dirigidas por Vincente Minnelli. Al mismo periodo de esplendor
corresponden largometrajes como Siete novias para siete hermanos
(Seven Brides for Seven Brothers, 1954) de Stanley Donen, Alta sociedad
(Hight Society, 1956), de Charles Walters, y El rey y yo (The King
and I, 1956), de Walter Lang. Durante la década de los sesenta, se alternaron producciones influidas
por estilos como el pop y el rock, en la línea mostrada
por ¡Qué noche la de aquel día! (A Hard Days
Night, 1964), de Richard Lester, y otras que siguieron la fórmula
clásica, como la ambiciosa West Side Story (1961), de Robert
Wise y Jerome Robbins, My fair lady (1964), de George Cukor, Sonrisas
y lágrimas (The Sound of Music, 1965) ,
de Robert Wise, y Mary Poppins (1964), de Robert Stevenson. Ya en los años setenta, prosiguieron las adaptaciones de obras
ya estrenadas en Broadway o en los teatros londinenses, como Cabaret
(1972), de Bob Fosse, El violinista en el tejado (The Fiddler on
the Roff, 1971), de Norman Jewison; y El hombre de La Mancha (Man
of La Mancha, 1972), de Arthur Hiller. Planteadas como parodia en cierto
modo experimental, El fantasma del Paraíso (Phantom of the
Paradise, 1974), de Brian de Palma, y The rocky horror picture show
(1975), de Jim Sharman, atrajeron a un público juvenil, que luego
mostró su fascinación con producciones de gran impacto en
la industria discográfica, como Fiebre del sábado noche
(Saturday Night Fever, 1977), de John Badham, y Grease (1978),
de Randal Kleiser. No obstante, pese al éxito de esas películas, el musical
entró en un periodo de decadencia, limitándose a medios
como el dibujo animado, donde surgieron títulos como La sirenita
(The Little Mermaid, 1989), de John Musker y Ron Clements. Ni la originalidad
de Corazonada (One From the Heart, 1982), de Francis Ford Coppola,
ni la intensidad musical de Fama (1980), de Alan Parker, lograron
contrarrestar esa tendencia a la baja, que ha convertido el estreno de
musicales en un fenómeno cada vez menos habitual. En todo caso,
un formato televisivo, el vídeo-clip, ha heredado buena parte de
sus atributos, dirigidos esta vez a la promoción de canciones. |
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