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Ciencia-Ficción
4.8 Ciencia-Ficción
Tanto en literatura como en cine e historieta, la ficción
científica, ficción especulativa o ciencia-ficción
propone una versión fantasiosa de la realidad, relacionada con todas
las probables o desorbitadas derivaciones de la ciencia. En esta línea
hiperbólica, el género conjetura acerca de los tiempos venideros,
aunque también sugiere la presencia activa de vida extraterrestre
e incluso idea posibilidades científicas inexploradas en el tiempo
contemporáneo. Si bien ese interés por las investigaciones
de vanguardia nutre sus argumentos, el cine de ciencia-ficción ofrece,
en líneas generales, una visión negativa del futuro, lo cual
ha hecho entender a los especialistas que, a través de este tipo
de producciones, el espectador intenta conciliar los temores que le asaltan
ante hallazgos científicos que le resultan de difícil comprensión.
Simbolizando ese miedo a través de un estereotipo, cabe señalar
que una de las figuras más tópicas de la ficción especulativa
es el sabio loco: un investigador muy competente, que descubre algún
mecanismo o fenómeno de enorme poder, aunque asimismo capaz de enturbiar
la moral del científico, que entonces se convierte en un peligro
para la humanidad. Desde el doctor Frankenstein hasta el genetista que diseña
los dinosaurios de Parque Jurásico, este modelo de personaje
marca la evolución del género.
En buena medida, el cine sigue el rastro de la literatura. Así,
Georges Méliès se inspiró en la obra de Julio Verne
para rodar su Viaje a la luna (Voyage dans la lune, 1902). De igual
modo, los nuevos descubrimientos tecnológicos promueven argumentos
de ficción. Tal fue el caso del español Segundo de Chomón,
cuyo filme más conocido, El hotel eléctrico (1908)
,
profundiza en las posibilidades de la energía eléctrica, cuyo
uso se generalizaba por aquellas fechas.
La película rusa Aelita (1924), de Iakov Protazanov,
es considerada una de las primeras obras maestras de un género que
gustó particularmente a un seguidor del expresionismo alemán,
Fritz Lang, quien trazó en Metrópolis (1926) un porvenir
que guardaba no pocos paralelismos con el ascenso del nazismo. Menos trascendente,
El mundo perdido (The Lost World, 1925), de Harry Hoyt, se inspiraba
en la obra homónima de Arthur Conan Doyle, y proveía al género
de otra de sus convenciones: los monstruos prehistóricos que sobreviven
a la extinción.
En buena medida, los géneros del terror y la ciencia-ficción
se cruzan en producciones como El doctor Frankenstein (Frankenstein,
1931) y El hombre invisible (The Invisible Man, 1933) ,
de James Whale, donde los protagonistas alcanzan un desenlace terrible por
haber hallado dos secretos científicos: en el primer caso la clave
de la vida artificial, y en el segundo, la pócima de la invisibilidad.
Por la misma época, la generalización de historietas de ciencia-ficción
como "Flash Gordon" favoreció su adaptación cinematográfica.
Ejemplos de esa tendencia son Flash Gordon (Flash Gordon/Rocket Ship,
1936), de Frederick Stephani, y Las aventuras del Capitán Maravillas
(The Adeventures of Captain Marvel, 1941), de William Witney y John English.
Paralelamente, el enfrentamiento entre los bloques capitalista y comunista
impulsó la llamada guerra fría, también en lo
relativo a la carrera espacial.
En esa clave socio-política deben entenderse títulos
como El enigma de otro mundo (The Thing, 1951), de Christian Nyby,
Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951),
de Robert Wise, La guerra de los mundos (The War of the Worlds, 1953),
de Byron Haskin, y La invasión de los ladrones de cuerpos
(Invasión of the Body Snatchers, 1956) ,
de Don Siegel. En un grado más o menos matizable, los alienígenas
de esos filmes, aun careciendo de imagen antropomórfica, venían
a simbolizar los horrores potenciales de una amenaza exterior.
Las investigaciones en torno a los materiales radiactivos dieron
lugar a títulos como El monstruo de tiempos remotos (The Beast
from 20.000 Fathoms, 1953), de Eugene Lourie, y El increíble hombre
menguante (The Incredible Shinking Man, 1957), de Jack Arnold, que eran
reflejo del peligro atómico. Frente a la inocencia lúdica
de producciones como 20.000 leguas de viaje submarino (20.000 Leagues
Under the Sea, 1954), de Richard Fleischer, y De la Tierra a la luna
(From the Earth to the Moon, 1958), de Byron Haskin, el cine de ciencia-ficción
insistía en los temibles misterios del futuro en películas
como Planeta prohibido (Forbidden Planet, 1956), de Fred McLeod Wilcox,
La mosca (The Fly, 1958), de Kurt Neumann. H.G. Wells, y El tiempo
en sus manos (The Time Machine, 1960), de George Pal.
En la década de los sesenta, se alternó una imagen
amenazante del extraterrestre, fijada en obras como El pueblo de los
malditos (The Village of the Damned, 1960), de Wolf Rilla, con otra
mucho más ligera, emparentada con el cómic, al estilo de Barbarella
(1968), de Roger Vadim. Con una reflexión más adulta, 2001:
Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) ,
de Stanley Kubrick, ofrecía una perspectiva realista del porvenir
científico, deslizando una meditación en torno al origen de
la inteligencia humana y a las posibilidades de la inteligencia artificial.
La fascinación por una idea mesiánica de los extraterrestres
queda de manifiesto en Encuentros en la tercera fase (Close
Encounters of the Tirad Kind, 1977) y en E.T., el extraterrestre
(E.T. The Exttra-Terrestial, 1982), de Steven Spielberg. Enfrentándose
a esa perspectiva benéfica, Alien, el octavo pasajero (Alien,
1979) ,
de Ridley Scott, insiste en la imagen amenazante de los alienígenas.
Por otro lado, surgen a partir de la década de los setenta constantes
adaptaciones de teleseries y cómics populares. En esta dirección,
destacan Star Trek, la película (Star Trek, the Motion Picture,
1979), de Robert Wise, y Superman (1978), de Richard Donner. Con
el renacer del temor atómico, se dieron creaciones como Mad Max,
salvajes de la autopista (Mad Max, 1978), de George Miller, donde se
dibujaba un terrible futuro post-apocalíptico. Insistiendo en la
faceta menos deseable de ese futuro, ofrecían sus argumentos la magistral
Blade Runner (1982), de Ridley Scott, y otras películas como
Terminator (The Terminator, 1984), de James Cameron, Robocop
(1987) y Desafío total (Total Recall, 1992), ambas de Paul
Verhoeven.
A partir de la década de los noventa, el apogeo de los trucajes
digitales en el campo de los efectos especiales dio nuevos bríos
al puro entretenimiento visual, competente pero exento de otras connotaciones.
Películas como Parque Jurásico (Jurasic Park, 1993),
de Steven Spielberg, e Independence Day (1996), de Roland Emmerich,
sirven de ejemplo a esa tendencia, que aún continúa siendo
la dominante en el género.
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El increíble hombre menguante (1957),
de Jack Arnold.
Star Trek, la película (1979),
de Robert Wise
Fuente fotografías:
Historia Universal del Cine. Madrid. Fascículos Planeta.
1982. Varios tomos.
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