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4.9 Melodrama
Si existe una categoría temática difícil
de establecer en el cine, ésa es la del melodrama. La razón
es bien simple: sus estrategias estilísticas y sus cualidades argumentales
(sentimientos desaforados, golpes de efecto en la línea dramática,
redención de los personajes a través del afecto, preeminencia
del estereotipo folletinesco) son aplicables a la inmensa mayoría
de las películas existentes. Por un reduccionismo ciertamente inexacto,
tendemos a relacionar la palabra melodrama con filmes como Tiempo de
amar, tiempo de morir (A time to Love and a Time to Die, 1957)
o Imitación a la vida (Imitation of Life, 1959), de Douglas
Sirk; Lola Montes (1955), de Max Ophuls, Doctor Zhivago (1965),
de David Lean, o Love Story (1970), de Arthur Hiller.
Dicho reduccionismo conduce a pensar que un melodrama cinematográfico
es, simplemente, una película romántica, de efecto lacrimógeno,
en la que los personajes ven contrariados sus sentimientos. Pero, como veremos,
la estirpe melodramática es mucho más amplia, e identifica
toda una rama de lo que suele llamarse metaliteratura o literatura
popular, y que engloba desde el folletín de aventuras hasta la novela
rosa. Aplicado al cine, el término vendría a describir, más
que un género, una forma de narrar, basada en los giros súbitos
de la acción, el juego simplificado de connotaciones morales y el
resorte sentimental y apasionado que mueve a los personajes. Dicho de otro
modo, un uso preciso del término melodrama afectaría
a la práctica totalidad de la producción de Hollywood.
En su origen teatral, el melodrama era un espectáculo en el
cual los pasajes musicales y los dialogados se alternaban. A partir de ese
criterio, surgieron modelos como la opereta y el vodevil. Fue Jean-Jacques
Rousseau quien elaboró el primer melodrama, "Pygmalion",
estrenado en 1770. Pero el término acabó desbordando el lenguaje
musicológico, hasta abarcar otro tipo de funciones muy efectistas,
como las obras de teatro decididamente románticas o las terroríficas
piezas teatrales que escenificaban los autores del Teatro del Grand Guignol,
especializado en el horror y el misterio más subyugantes. En la cultura
de masas del siglo XX, este género llegó al cine y a la televisión,
fijando entre sus argumentos más eficaces aquellos que narran la
fatalidad, los amores contrariados, la entrega familiar, y en suma, todo
lo sentimental.
Su forma más dulcificada sería el llamado cine romántico.
Por otro lado, el género ha ido tomando formas nacionales que ya
son clasificables como subgéneros. Por ejemplo, el masala film,
propio de la India, combina el melodrama con otros géneros como el
musical. El melodrama mexicano, al estilo de En tiempos de don Porfirio
(1940), de Juan Bustillo Oro, María Candelaria (1944), de
Emilio Fernández, y Aventurera (1949), de Alberto Gout, anticipa
lo que luego serían las telenovelas latinoamericanas, por lo común
centradas en heroínas en busca del cariño verdadero. En buena
medida, esa faceta televisiva ha sido la que mejor y más ampliamente
ha cultivado la vertiente amorosa del género melodramático.
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Doctor Zhivago (1965),
de David Lean.
Jennie (1948), de William Dieterle
Un lugar en el sol (1951),
de George Stevens.
Escrito sobre el viento (1956),
de Douglas Sirk
Fuente fotografías:
Historia Universal del Cine. Madrid. Fascículos Planeta.
1982. Varios tomos.
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